Nadie cuestiona la influencia de EE UU en la situación de Oriente Próximo. Pero ¿cómo se elabora la política de Washington hacia la región? J Street, un joven lobby proisraelí de tendencia progresista, pretende redefinir los supuestos de las relaciones con Israel.
A la espera de las consecuencias que puede tener la crisis de Gaza en el proceso de paz, hay un hecho evidente: la ausencia de un grado mínimo de confianza entre las partes. Si a ello le sumamos el enorme coste interno de realizar concesiones, se puede concluir que, en caso de alcanzar un acuerdo de paz en las presentes coordenadas, una actuación decidida de la administración de Barack Obama es indispensable para que las negociaciones lleguen a buen puerto.
Sin embargo, no sólo Washington tiene una influencia determinante en la situación política en Oriente Próximo, y específicamente en el conflicto árabe-israelí, sino que a su vez éste influye en la política interna norteamericana, condicionando a menudo las decisiones del gobierno en la región. Una de las correas de transmisión entre estas dos realidades es el lobby proisraelí, considerado uno de los más poderosos del país. Su capacidad de presión puede ser clave en la evolución del conflicto en los próximos meses.
Aunque existen desde hace tiempo organizaciones judías progresistas cuyo objetivo primordial es promover la paz en Oriente Próximo, incluso criticando las políticas del gobierno israelí, ninguna había ejercido propiamente el papel de lobby hasta hace algo más de dos años. Ante este vacío, en la primavera de 2007, un grupo de judíos norteamericanos de izquierdas decidió crear J Street, un lobby con una visión diferente sobre la postura que debe mantener la comunidad judía estadounidense respecto a Israel.
Esta organización sostiene que es necesario «redifinir qué significa ser pro Israel», de forma que sea legítimo criticar…