El libro negro de la ocupación
“En Hebrón es muy extraño: no sabes de qué lado estás. Soy un soldado judío israelí y se supone que estoy en contra de los árabes porque son mis enemigos, pero estoy aquí, cerca de la casa de un colono en la base, y empiezo a pensar que no estoy de su lado, que los judíos no tienen razón. Así que espera, así que tengo que activar un interruptor en mi cabeza para poder seguir odiando a los árabes y justificando lo que hacen los judíos. Pero no, espera, sigo sin poder estar de acuerdo con los judíos, porque ellos fueron los que empezaron, es a causa de ellos que estamos aquí, y es a causa de ellos que todo esto está sucediendo, porque les trastornan la vida y tienen miedo. Es terrible, todo esto…”.
Quien habla es un veterano del ejército israelí. Sirvió dos años (2004-2006) en Hebrón (Cisjordania), en la Brigada Nahal. Su testimonio lo recoge El Libro negro de la ocupación, una compilación de testimonios de soldados israelíes en los Territorios Ocupados entre 2000 y 2010 llevada a cabo por la ONG israelí Breaking the Silence. Su objetivo es que la comunidad internacional, pero sobre todo la sociedad israelí, conozca la realidad del frente, el día a día de unos jóvenes que se manchan las manos de sangre en nombre de sus compatriotas. No son víctimas, son verdugos, pero, ante todo, son muchachos de veinte años atrapados en un conflicto secular del que poco pueden comprender.
“La respuesta normal ante las atrocidades es borrarlas de nuestra conciencia”, escribe la psicóloga Judith Herman en el clásico Trauma y recuperación. El problema con la sociedad israelí actual es que, aunque parezca mentira, cada vez está menos expuesta a las atrocidades de la guerra. “El pasado verano –escribe Chemi Salev en Haarezt–, a la mayoría de los israelíes se les ahorraron las imágenes de la carnicería en Gaza: los medios israelíes se abstuvieron de cubrir el sufrimiento de los gazatíes, mientras políticos y tertulianos mantenían que no era patriótico incluso discutirlo”.
En primera línea del frente
Y sí, Hebrón es una lugar muy extraño. La ciudad, una de las más antiguas del mundo, es el epicentro del conflicto israelí-palestino. Pasear por las calles abandonadas de la ciudad vieja, hace años bullentes de vida, resulta desolador. Una mezcla entre los relatos más oscuros de Kafka y The Walking Dead. En Hebrón fueron encontrados los cuerpos de los tres adolescentes judíos secuestrados en junio de 2014. Diez años antes, un colono israelí mató a 29 musulmanes que oraban en la conocida como Tumbas de los Patriarcas, lugar sagrado para judíos, musulmanes y cristianos. Seis décadas antes, en 1929, los palestinos mataron a decenas de judíos en la conocida como masacre de Hebrón.
La ciudad está dividida en dos zonas administrativas: la H1, bajo administración civil palestina; la H2, controlada por Israel. En el corazón de la ciudad viven unos 600 colonos judíos.
En esta ciudad con las manos manchadas de sangre es donde han servido muchos de los soldados entrevistados por Breaking the Silence. Entre ellos uno de sus fundadores, Yehuda Saúl, veterano de la segunda intifada, que tuvo en Hebrón, cómo no, uno de sus escenarios principales. Su meta con este libro y el resto de actividades de la ONG es ambicioso: acabar con la ocupación. Para Saúl, el status quo actual no es un dogma cincelado en mármol, sino una realidad dinámica. Una batalla diaria por parte de los israelíes para quebrar la voluntad de los palestinos, para evitar que levanten cabeza.
Los soldados son el brazo ejecutor. Saúl lo fue, manejando un lanzagranadas, arma de precisión dudosa con la que sus superiores le ordenaron bombardear barrios palestinos de Hebrón. “El primer día, durante los cuatro o cinco segundos antes de que la granada impacte, rezas para que no hiera a ningún inocente. El segundo día estás menos tenso, y en el tercero aún menos. Después de una semana, se trata de un juego”.
Aunque los relatos de los soldados se limitan a sus experiencias personales, el conjunto de sus testimonios permite obtener una clara visión no solo de los métodos de las fuerzas armadas israelíes, sino también de los principios que sustentan las políticas israelíes en los Territorios Ocupados.
Volvamos al veterano del ejército israelí con quien abríamos. ¿Así que odias a todo el mundo?, le pregunta el entrevistador. “Sí, y por eso pienso que no crees… dices lo que te pasa por la mente en cada momento: ahora odio esto, así que lo insultaré, y después odio aquello, así que lo insultaré, y ahora lo odio a él, así que lo escupiré”. ¿Escupías a los judíos? “No, ¿por qué? No me habían hecho nada”. ¿Y a los árabes? “Es que ellos son como… árabes… no sé, es cierto, el tipo al que escupí no me había hecho nada. Creo que no había hecho nada de nada. Pero estaba en onda, y era lo único que podía hacer. No puedo ir a arrestar a alguien y sentirme orgulloso de que capturé a un terrorista, no puedo matar a un terrorista, no puedo participar en una operación y encontrar armas bajo las tejas de una casa. Pero puedo escupirlos y humillarlos y ridiculizarlos”.