Slobodan Milosevic sentado en el banquillo, preso en La Haya, sonriendo con suficiencia pero atrapado, cogido, imputado, con sus crímenes minuciosamente descritos mientras él sonríe apenas y vuelve a sonreír, con superioridad aparente, quizá alcanzado. Las fotografías del tribunal, con este pequeño tirano inmovilizado allí, ante los magistrados, es más que un pequeño progreso. Que un antiguo jefe de Estado balcánico se siente en el banco de los acusados y trague todo el infinito desdén con que se ha dirigido a él la fiscal Carla del Ponte no deja de ser un avance, un acto de civilización. Milosevic ha demostrado ser uno de los hombres más crueles que han pasado por el poder en Europa en el último medio siglo.
Slobodan Milosevic, dijo la fiscal en su alegato, no ha hecho sino perseguir su ambición al precio de indecibles sufrimientos de quienes se oponían a él. No había ideales detrás de sus actos. El poder, el desnudo poder, lejos de la vieja retórica nacionalista, era el único móvil de su mortífero afán de limpieza. Pero tampoco la limpieza étnica era un objetivo, sino un medio para mantenerse en el poder.
POLÍTICA EXTERIOR es una publicación amante de la paz, enemiga de la venganza, poco partidaria del rencor, sea de escala individual o social. Sin embargo, tenemos una doble propuesta al tribunal de La Haya. En primer lugar, creemos que Milosevic debe purgar con una pena no menor de 3.000 años de prisión, en una cárcel de máxima seguridad, rodeado de medidas antifuga, sus más de 100.000 crímenes, cometidos con la colaboración de oficiales del ejército serbio, bajo su dirección y en muchos casos su directa colaboración, en Bosnia, Croacia y Kosovo.
En segundo término, creemos que se deben proyectar ante el condenado, en doble sesión diaria, mañana y tarde, dos…