El papel de la Alianza Atlántica está en entredicho, debido a la crisis económica, el cansancio tras más de una década de intervenciones y los nuevos retos a la seguridad. Tanto la continuidad como la reforma se ven lastradas por divergencias a ambos lados del Atlántico.
Con el hundimiento del bloque comunista, para muchos, incluidos los convencidos atlantistas, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) había cumplido su misión con éxito y su futuro como alianza militar tenía los días contados. Sin embargo, durante las siguientes décadas, de manera no exenta de titubeos, la Alianza Atlántica inició una transformación continuada, que la convirtió en lo que es hoy: una organización de seguridad y defensa de carácter político-militar, y cuyo marco de actuación no se circunscribe únicamente a los territorios definidos en el Tratado de Washington, sino que, por el contrario, tiene un carácter global.
Este modelo es el que ha caracterizado a la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF, en sus siglas en inglés) en Afganistán. Aunque, desde el plano político, esta ha servido para demostrar la solidaridad entre los aliados, al mismo tiempo la operación en Afganistán ha mostrado también los límites y debilidades de la Alianza. En medio de una crisis económica generalizada, y cuando falta menos de un año para que finalice esta misión, nuevas y viejas incertidumbres prevalecen acerca de si el proceso de transformación iniciado hace años logrará hacer que la OTAN permanezca como un instrumento relevante en el concierto internacional. En otras palabras: ¿tiene futuro la Alianza en el nuevo entorno estratégico mundial? O por el contrario, ¿es el momento de certificar su anunciada defunción? El presente texto apunta algunas reflexiones sobre estas cuestiones…