Bichara Khader dice muy gráficamente –y con cierta generosidad– que el mundo árabe se enfrenta hoy a tres problemas principales: la geografía, la geología y la teología. Esta última tiene relación con la influencia que la religión tiene en la vida diaria del mundo musulmán. Si Malraux pudo decir que “el siglo XXI será religioso o no será”, su pensamiento sería perfectamente aplicable hoy al islam, tercera gran religión monoteísta, que fue imperial al igual que el cristianismo y que continúa en plena expansión como última ideología del siglo XX, ante el desconcierto de un Occidente instalado en el bienestar y progresivamente desideologizado y materializado.
Esta incredulidad se torna en asombro ante las imágenes televisivas de masas que llenan mezquitas e incluso calles durante la oración del viernes a lo largo y ancho de la media luna que va desde Argel hasta Teherán y aún más allá. Sin necesidad de ir tan lejos, él impacto islamista entra en Europa con los inmigrantes turcos y norteafricanos, como evidencia el “caso del chador”, que hizo tambalear los cimientos laicos de la escuela francesa. Ante ello, el asombro se torna en temor, que se manifiesta en rechazo hacia el exterior –cierre de fronteras, visados, cuotas– e, incluso, en brotes de racismo en el interior de la fortaleza europea.
Las líneas que siguen tratan de explicar en qué consiste este fenómeno del islamismo y de analizar su proyección política en el mundo árabe actual.
Para ello es esencial utilizar un lenguaje que no se preste a equívocos y esto no es fácil (un refrán iraní dice que el islam es un mar donde se puede pescar casi cualquier pez), pues se tiende a hablar indistintamente de islamistas, fundamentalistas e integristas. A los efectos que aquí nos interesan, cabe considerar que el “islamista” es el…