Poco puede hacer la UE para evitar que Europa evolucione de un orden unipolar a otro multipolar, pero puede hacer mucho para moldear la relación entre sus polos emergentes: Rusia y Turquía. A las tres potencias europeas les interesa que haya orden entre ellas.
La Unión Europea se ha pasado buena parte de la última década defendiendo un orden europeo que ya no funciona, esperando un orden global que probablemente nunca llegará. En consecuencia, el continente europeo es menos estable de lo que creíamos, y la UE menos influyente de lo que esperábamos. Es cierto que una guerra entre las principales potencias es poco probable, pero los gobiernos de la Unión saben que sus instituciones de seguridad no fueron capaces de evitar la crisis de Kosovo en 1998-99, frenar la carrera armamentística en el Cáucaso, evitar los cortes de suministro de gas a la UE o la guerra ruso-georgiana en 2008, ni detener la inestabilidad en Kirguistán en 2010, por no mencionar la falta de progresos en la resolución de los otros “conflictos congelados” del continente.
Al mismo tiempo, dos de los tres actores clave de Europa en materia de seguridad están cuestionando cada vez más la legitimidad del orden existente o su papel dentro de ese orden. Rusia, que nunca ha visto con buenos ojos las ampliaciones de la OTAN o la UE, es lo suficientemente poderosa en la actualidad para exigir sin tapujos una nueva arquitectura de seguridad europea. Turquía, frustrada por la poca visión de futuro con que algunos de los Estados miembros de la UE han bloqueado sus negociaciones de adhesión, cada vez más está llevando a cabo una política exterior independiente y buscando un papel más destacado, acorde a sus crecientes aspiraciones internacionales. A menos que los países de la UE abran nuevos capítulos de…