El euro, la moneda común que llegó a las calles de Berlín, París, Roma y Madrid, entre otras capitales europeas, el 1 de enero de 2002, acaba de cumplir 15 años para sorpresa de algunos. Muchos predijeron su fracaso ya desde su misma concepción. No obstante, existe una brecha cognitiva entre las visiones que se tienen dentro y fuera de la zona euro. Desde fuera, la sensación es que la moneda única fue un gran error, que no funciona y está condenada. En la zona euro, sin embargo, tanto en los países acreedores del Norte como en los más endeudados del Sur, la gran mayoría de ciudadanos está a favor del euro. ¿Cuál es la razón? La respuesta más habitual es que los ciudadanos no quieren dejar la moneda única por los costes de la redenominación y el miedo a lo desconocido. Abandonar el euro sería como saltar al abismo y a nadie le apetece hacer algo así. Esta percepción es quizá demasiado pesimista, ya que el euro trae consigo, además, una serie de beneficios materiales a menudo pasados por alto.
En su breve historia, la moneda común ha generado vínculos sociales y una identidad común minusvalorados desde fuera de la zona euro. En efecto, los foráneos tienen una visión extremadamente negativa de la moneda única europea. Es extensa y crece cada día la lista de especialistas de prestigio, especialmente de la esfera angloestadounidense, que han predicho o dado a entender la inminente ruptura de la unión monetaria. En 2012, Martin Feldstein –quien ya había augurado en 1997 los conflictos que el euro provocaría en el Viejo Continente– sentenció en un artículo en Foreign Affairs que era necesario “reconocer por fin que el euro es un experimento fallido”. Unos meses más tarde en 2012, cuando se cernía sobre la unión…