Poderoso sobre los tratados, pero desbordado por los acontecimientos políticos que han puesto a Europa al borde del abismo. Esta es la paradoja que estrangula a un Parlamento que no ha dejado de aumentar su poder en las últimas décadas y, a pesar de ello, no ha logrado ser un actor relevante en las decisiones clave que ha tomado Europa para hacer frente a la crisis.
Las próximas elecciones europeas contienen algunos elementos novedosos que suponen una oportunidad histórica para que el Parlamento Europeo culmine su eterno despertar. Después, está llamado a desempeñar un papel central como eje legitimador de una Unión Europea que, para seguir avanzando, necesita incorporar a unos ciudadanos cada vez más euroescépticos.
El largo camino hacia el corazón de la Unión
En perspectiva, el Parlamento Europeo ha logrado un poder sobresaliente, sobre todo teniendo en cuenta el carácter fundamentalmente simbólico que tuvo en sus orígenes. El plan trazado por Jean Monnet quiso incluir una “asamblea común”, a la que debía rendir cuentas la “alta autoridad” –así llamados entonces, respectivamente, los gérmenes del Parlamento Europeo y la Comisión Europea en el Tratado de París de 1951–. Aquella cámara supranacional era más bien simbólica, ya que ni era directamente elegida –estaba compuesta por diputados nacionales de los países miembros– ni tenía poderes legislativos. La idea de Monnet de que las instituciones se fueran fortaleciendo solas con el tiempo relacionándose entre sí y acumulando experiencia colectiva, es particularmente válida para explicar la extraordinaria progresión del Parlamento Europeo.
La cámara debía ser consultada en algunas áreas limitadas y su opinión no era vinculante, aunque tenía la capacidad de censurar a la Comisión Europea por una mayoría de dos tercios. En la década de los setenta adquirió mayores poderes presupuestarios. En todo caso, esta primera etapa se caracterizó sobre todo…