En la primavera de 2008 y en las elecciones de la democracia más poblada del mundo, India, el partido de la oposición, el nacionalista Bharatiya Janata, concentraba su artillería contra la evasión de dinero hacia paraísos fiscales. Para los nacionalistas opositores este tipo de prácticas antipatrióticas era la consecuencia de la creciente aceptación por el Partido del Congreso de la ideología capitalista liberal, un sistema inmoral que acabaría empobreciendo a los ciudadanos de la India. En esa misma primavera, los representantes del G-20, reunidos en Londres, condenaban de manera casi unánime los paraísos fiscales. No ponían en tela de juicio la libertad de los movimientos de capitales. Se preguntaban cómo sanear el sistema y evitar prácticas corruptas que atentan contra la transparencia y contra la solidaridad de los sistemas impositivos.
Entre los muchos legados del siglo XVIII a favor de la gobernación y la moralidad de la vida pública, existe uno, cuyo autor es Adam Smith, en el que se enumeran las normas que debían configurar un sistema impositivo racional. Primera: “todos los ciudadanos deben contribuir al sostenimiento del Estado en proporción a sus respectivas habilidades”.
Las reglas de Smith han presidido el desarrollo de los sistemas fiscales modernos. Contribución equitativa y servicios públicos generalizados y eficaces, como contrapartida. Transparencia y justicia, en definitiva. El sistema ha funcionado bien en términos generales, pero no ha podido evitar la aparición de escondrijos que ocultan rentas al fisco y distorsionan la igualdad fiscal.
John Kay recordaba en el Financial Times cómo entre las revoluciones europeas de 1848 una de las menos conocidas fue la protagonizada por algunos municipios del sur de Francia contra el señorío de los Grimaldi. De pronto la dinastía monegasca se quedó sin la base agraria de sus fuentes tributarias: para nutrir las arcas del principado, surgió la idea…