Seis años después de haberse iniciado la crisis de la deuda, los problemas del endeudamiento externo se han convertido en el más formidable obstáculo para la recuperación de los países en desarrollo.
En el curso de estos años, América Latina ha realizado un esfuerzo extraordinario para ajustar sus economías dentro de las reglas fijadas por el sistema financiero internacional. Sin embargo, el problema no sólo subsiste, sino que se agrava peligrosamente.
Los dirigentes democráticos de América Latina han propuesto un diálogo político para buscar de común acuerdo soluciones de fondo, ante una actitud de indiferencia de los países industrializados, mientras se agota la paciencia de las mayorías ciudadanas en nuestros pueblos, sometidos al estancamiento económico y a tensiones sociales cada vez más agudas.
La situación reviste características dramáticas. Un continente con inmenso potencial de crecimiento padece alta inflación y aguda profundización de la pobreza. A nadie escapan las grandes turbulencias que amenazan a la democracia latinoamericana.
Se hace urgente, inaplazable, la apertura de canales para una solución permanente. Nadie hará por nosotros, los latinoamericanos, lo que nos toca hacer por nosotros mismos.
Los esfuerzos de ajuste han sido inútiles. Hoy, nuestros países deben mucho más que hace seis años. La deuda ha crecido de 300.000 millones de dólares en 1982 a más de 400.000 millones en 1988. Los flujos de recursos financieros hacia América Latina han desaparecido. Entre tanto, América Latina ha transferido a los países industrializados más de 150.000 millones de dólares, suma superior a un promedio anual del 4 por 100 de su producto interno bruto.
El Banco Mundial, en su último informe anual sobre la deuda, señaló que, tras cinco años de crisis, “…el crédito de los países deudores se ha continuado deteriorando persistentemente, porque ningún país envuelto en procesos de refinanciamiento ha visto mejorar significativamente sus…