El doble vínculo digital
El antropólogo Gregory Bateson desarrolló en los años cincuenta del siglo pasado la teoría del “doble vínculo” para explicar la comunicación paradójica y buscar las causas psicológicas de la esquizofrenia. Mohamed Zayani y Joe F. Khalil retoman el concepto para seguir la pista de la transformación y de las dinámicas digitales en Oriente Medio, revisar y tamizar lo mucho que ya se ha escrito y proponer un análisis en profundidad, actualizado e in situ.
El título del libro anuncia antes de empezar su conclusión: en Oriente Medio conviven imbricadas pulsiones de cambio e inmovilismo. La transformación digital en curso es tan compleja y polifacética como lo es esta extensa y diversa región y sus dinámicas sociopolíticas, económicas y culturales. No se trata de una paradoja, dicen los autores, sino de una yuxtaposición de lógicas aparentemente incongruentes que, sin embargo, coexisten, se retroalimentan, se han integrado en la vida diaria de la población y forman parte intrínseca de esta transformación.
Es el uso del adverbio aparentemente (incongruente, contradictorio, paradójico) la idea que sustenta el discurso de los autores. Nada es lo que parece a simple vista en Oriente Medio, es mucho más y tiene mucha historia, y por ello no puede interpretarse ni en un presente perpetuo ni a través de una lógica binaria decididamente muy occidental a la hora de abordar cualquier cuestión en la zona. Aplicado a la revolución digital y a su desarrollo, impacto y posibilidades en la región, los autores critican la simplificación y un cierto “orientalismo digital» y proponen una lectura más fluida, necesariamente des-occidentalizada, en la que lo digital y lo predigital se superponen y el cambio y la parálisis no son excluyentes.
La tesis de fondo es interesante: las mismas herramientas que promueven el cambio perpetúan el inmovilismo (sic). O dicho de otra manera y en un sentido más amplio y de implicaciones más perversas: las mismas dinámicas que desafían la parálisis contribuyen a mantenerla. Me centro en lo que conozco, el binomio resistencia/disidencia/ expresión y represión/censura/ supresión y la noción de doble vínculo me remite a la de círculo vicioso, la de un pez que se muerde la cola, la de un guerra eterna y desigual entre el gato y el ratón en la que el persistente roedor solo puede ganar pequeñas batallas y el sagaz felino nunca pierde el control de una realidad que las acciones de ambos determinan.
Sin duda, tal declaración de principios invita a la reflexión, aunque no estoy segura de que sea nueva ni tampoco exclusiva de Oriente Medio. Así fue desde que se introdujo internet en la región a finales del siglo XX. Como bien se recuerda en el libro, los mismos regímenes que la importaron para desarrollar sus economías, se las ingeniaron para limitar el acceso a la población. Las mismas tecnologías que se usaron para movilizar y disentir, se usaron para censurar y reprimir.
Tres décadas después, cuando lo digital ya es el vasto territorio en el que se desarrolla la política de lo cotidiano (sic), las mismas herramientas que empoderaron al activismo y la libertad de expresión han dado lugar a nuevas formas de “autoritarismo digital” y han facilitado nuevas y sofisticadas técnicas de propaganda y desinformación para controlar y embarullar el mensaje. El concepto de “doble vínculo”, así, se me ocurre, podría aplicarse también a la Europa esquizofrénica de hoy, donde la extrema derecha ha sabido muy bien aprovechar las nuevas tecnologías para explotar las vulnerabilidades y promover la ideología ultra y reaccionaria. Bastaría quizá sustituir el concepto de inmovilismo por el de retroceso.
Más allá del enorme esfuerzo de recopilación de prácticas digitales políticas, económicas y culturales, el libro resulta casi más interesante por las preguntas que se plantea, y por las reflexiones que sugiere, que por las respuestas que puede aportar. Peca, quizá, de querer abarcar demasiado y añadir así complejidad a la complejidad: cada uno de los aspectos que plantea podría ser motivo para una investigación en profundidad, como lo serían cada una de las tres subregiones que dibuja dentro de la región en términos de ITC (líderes, aspirantes y rezagados).
Simplifico, pues, y vuelvo a la cuestión de fondo que me interesa, porque incide en un debate intenso y no resuelto: la noción de “tecnología liberadora” que dominó la narrativa mediática y académica occidental sobre la Primavera Árabe, un determinismo tecnológico soft que casi atribuye más méritos a las herramientas digitales que a las personas que las usan, se las apropian, las transforman y las integran en su día a día. Aunque los autores la denuncian, comparten algunos de los postulados de la euforia de aquel entonces al subrayar la naturaleza horizontal de lo digital, su inclinación hacia la apertura y el intercambio, su capacidad emancipadora o sus efectos igualadores, y al concluir que son las élites resistentes y resilientes al cambio las que cancelan el potencial transformador de la tecnología al cooptarla para mantener el control, la hegemonía y su propio beneficio. Ese sí que es un doble vínculo universal.