Después de casi 50 años de un intrincado proceso de política autoritaria, el gobierno cubano parece dar alguna señal mínima de recuperación de la sensatez, al menos en cuanto al diseño y ejecución de su economía.
El 31 de julio de 2006 Fidel Castro dio a conocer públicamente, mediante una “proclama”, que se encontraba muy enfermo y que traspasaba circunstancialmente el poder a su hermano Raúl.
Un año después, el 26 de julio de 2007, Fiesta Nacional, Raúl pronunció un discurso donde, en medio de la acostumbrada retórica heroica y patriótica, se podían entresacar con maña y habilidad, dos perlas.
Después de recordar que a fines de 2008 habrá elecciones en Estados Unidos, Raúl dijo: “Si las nuevas autoridades norteamericanas dejan por fin a un lado la prepotencia y deciden conversar de un modo civilizado, bienvenido sea. Si no es así, estamos dispuestos a continuar enfrentando su política de hostilidad”.
Ya en ocasiones anteriores, el pragmatismo de Raúl Castro lo había inducido a lanzar esa invitación en público al gobierno norteamericano: vamos a charlar civilizadamente y a ponernos de acuerdo.
No hay que conocer mucho de política internacional para comprender que el gobierno cubano se sostiene de un modo precario desde que en noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. A partir de ese momento, la isla caribeña ingresó en una acelerada depauperación de su economía, ya que –según cifras oficiales– el 87 por cien de su comercio exterior se desarrollaba con la ex Unión Soviética, y de pronto se desplomó a cero.
Después de algunos años de desmoralización y pérdida del control, reconocido también por Raúl en ese mismo discurso, el gobierno cubano enfrentó una prueba muy dura: en la tarde del viernes 5 de agosto de 1994 una manifestación espontánea de varios miles de personas se lanzaron…