La anexión de Crimea y la presente amenaza de un desmembramiento gradual de Ucrania por parte de Rusia constituyen el desafío más grave en política exterior al que se han enfrentado Europa y Estados Unidos desde el final de la guerra fría. Si bien el actual conflicto en Ucrania dibuja por sí solo un escenario inquietante y posiblemente trágico, también anuncia un choque de mayor alcance que se ha estado gestando desde hace más de dos años entre Occidente y una Rusia revisionista.
En los momentos posteriores a la caída del muro de Berlín parecía que el gran premio de una Europa unida, libre y en paz estaba al alcance de la mano, y hasta hace no tanto se contemplaba como una nítida posibilidad; pero, súbitamente, la sensación es que la meta se ha alejado un buen trecho. Los responsables políticos de las capitales occidentales, desde Washington a Berlín pasando por Bruselas, a quienes al parecer la escalada de la crisis ucrania ha cogido por sorpresa, se esfuerzan por unificar sus objetivos y se enfrentan al hecho de que van a remolque de las maniobras tácticas que parten de Moscú. ¿Dónde ha estado el error?
Una interpretación errónea de la geopolítica y de la historia
En lo básico, EE UU y Europa, por un lado, y Rusia, por otro, han extraído conclusiones muy diferentes del final de la guerra fría y los 25 años transcurridos desde entonces. A pesar de que la tesis de Francis Fukuyama sobre el “fin de la historia” quedó invalidada rápidamente dado el empecinamiento del mundo en seguir urdiendo y precipitando crisis peligrosas, la política occidental con respecto a Eurasia partía en cierto modo de un enfoque según el cual la geopolítica de viejo cuño había desaparecido de la región o ya no era válida…