¡Qué viento arrasador el que entre Atlántico e Índico barre ese corredor, desde el norte de África al suroeste de Asia! Se habla de demasiados asuntos banales: cuando de pronto un gigante oscuro, como el de Goya, se levanta sobre millares de hombres, pequeños, minúsculos.
Ese gigante descomunal es la Realidad. La Realidad en estado puro. Las dictaduras árabes vivían en un mundo de cartón-piedra, ficticio. Eran grados variables de despotismo sin ilustrar. El Gigante hizo su primera aparición en enero, en Túnez. Casi nadie sabe hoy, o a casi nadie le importa, si Zine el Abidine ben Alí vive o ha muerto. Está en una clínica de Jeda. Parece que el antiguo policía tunecino luchaba contra un cáncer grave desde hace años. Había tomado el mando su mujer, antigua peluquera bien dispuesta hacia la materia pero insaciable, solo fija en los metales preciosos. Han aparecido en dos residencias de Túnez armarios repletos de pulseras de oro y collares de diamantes, gemas varias, además del marcado interés por el precioso metal en bruto, 154 lingotes guardados en el banco emisor de la nación, que al parecer interesaban a la señora Ben Alí.
¿Es todo esto la anécdota? No. En modo alguno.
Pero lo cierto es que esa mecha de Túnez ha prendido todo el norte de África, el golfo Pérsico, Siria y Líbano, aunque no Turquía. ¿Por qué?
Porque Turquía lleva casi un siglo de reformas, muchas profundas, desde la aparición de los kemalistas en la Primera Guerra mundial. Mustafá Kemal Atatürk trazó unas ideas-fuerza que prendieron en la gran minoría turca. Nada que ver con Siria, Irak, Líbano, Irán… Repetimos lo escrito en estas páginas, número tras número. Hoy Turquía está mucho más cerca de Europa que de los árabes.
Quizá los sublevados norteafricanos hayan elegido el altísimo riesgo…