POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 146

El ciudadano árabe, dueño de destino (y II)

Trinidad Jiménez
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Los riesgos existen y son serios, pero la madurez y ansia de libertad que han demostrado los pueblos árabes son poderosas herramientas en su camino hacia la democracia. Desde la conciencia de que nuestros destinos están unidos, Europa debe apoyar su transición.

 

Todo cambio drástico entraña riesgos innegables. Sería ingenuo pensar que la transición hacia el nuevo paradigma iba a ser fácil. Para empezar, se calcula que han muerto 25.000 personas en Libia, 3.500 en Siria (hasta finales de 2011), más de 200 en Túnez y 800 en Egipto. A eso hay que añadir un número aún mayor de heridos, junto con desplazados y desaparecidos.

 

La recesión económica en los países afectados por las revueltas ha agravado los problemas de desempleo y ha aumentado la carestía de la vida. A todo ello se suman la incertidumbre por el resultado de las transiciones y, antes de esa fase –al menos en Libia y también en Siria– la necesidad de restaurar la convivencia tras el conflicto. Las minorías están especialmente inquietas por el rumbo de los nuevos cambios y prefieren aferrarse a lo conocido, por deficiente que sea, antes que dar un salto al vacío.

 

Radicales de todo tipo ven en la descomposición de las estructuras vigentes la oportunidad para promover sus agendas de discordia y destrucción. Elementos reaccionarios y terroristas bajo la inspiración de Al Qaeda pueden aún provocar mucho daño en sociedades que no se han repuesto de la sacudida del último año. Todos, en el norte y sur del Mediterráneo, debemos cooperar para que las transiciones sean lo menos disruptivas posible. Nos va el futuro en ello, un futuro que será mucho más brillante que el insatisfactorio pasado contra el que se han rebelado los pueblos.

 

La apuesta por la democracia no tiene vuelta atrás….

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