El imperio español construyó el Camino Real de Tierra Adentro que vertebró el interior de Tejas hasta su capital hispana en San Antonio; el imperio chino construyó la “Autovía Imperial” y la Gran Muralla que, con más de 2.000 kilómetros de longitud en tiempos del imperio Romano, articuló el comercio del Mare Nostrum y su inmenso sistema de calzadas. Incluso el imperio Songhai en el Mali moderno lideró el comercio caravanero transahariano durante los siglos XV y XVI.
De hecho, si hoy observamos a los grandes actores y potencias, nos toparemos con la red de alta velocidad nipona, el sistema de autobahn alemanas, la tupida red aeroportuaria de Estados Unidos y, más recientemente, la iniciativa de la nueva ruta de la seda en China.
En definitiva, los protagonistas de la historia suelen ser grandes constructores de comunicaciones, grandes transportistas de mercancías y grandes mercaderes. Esta es una constante desde que empezara el comercio generalizado de ámbar de Jutlandia, espadas griegas o alfarería en la prehistoria europea. ¿Pero qué motiva exactamente esta constante? Un solo concepto, el Ciclo Conector.
El ciclo conector
El “Ciclo” se define como el sumatorio de la infinidad de intercambios, comerciales o no, de bienes y servicios, de relaciones personales, de ideas, etcétera, que se producen a diario en toda la humanidad. Es la suma de todas las relaciones e intercambios, tangibles e intangibles, que realizan los seres humanos en un período cualquiera.
Si el Ciclo –con mayúscula– es el sumatorio de intercambios de la humanidad, dichos intercambios se producen en la forma de “ciclos” menores –en minúscula– que pueden consistir en intercambios comerciales, tecnológicos o de ideas, principalmente. Algunos ejemplos modernos de estos ciclos podrían ser la competición por vender automóviles entre Europa, Asia y América –un ciclo de intercambio comercial–, la carrera por desarrollar…