A las 6 de la mañana del 7 de octubre, cuando el mundo judío se encontraba celebrando el final del Sucot, Hamás comenzó a lanzar misiles sobre Israel. La cantidad de misiles que se precipitaban sobre Israel, unos 5.000, hacía pensar que no se trataba de una ofensiva más. Los que tuvieron que esconderse en los refugios de sus casas pensaron que se avecinaba una nueva campaña de castigo aéreo a la que, probablemente, seguiría una operación de castigo del IDF sobre la Franja de Gaza. Pero nunca pudieron imaginar la pesadilla que se avecinaba. La primera pista la dio el líder de las Brigadas Al Qassam (Mohammed Deif) a quien todos conocen como “el invitado”, porque no pasa más de una noche en el mismo sitio. A los pocos minutos del inicio del ataque aéreo, Deif anunció que comenzaba la “Operación Inundación Al-Aqsa”, al tiempo que animaba a la “expulsión de los ocupantes y a la demolición de los muros”.
Unos 2.000 terroristas de Hamás traspasaban con una facilidad inusitada la valla de seguridad que separa la edad media (Franja de Gaza) del siglo XXI (Israel). Lo que ocurrió en las horas siguientes ya había sido descrito en el artículo 7 de la Carta Fundacional de Hamás: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes no luchen contra los judíos y les den muerte. Entonces, los judíos se esconderán detrás de las rocas y los árboles, y éstos últimos gritarán: ¡Oh musulmán!, un judío se esconde detrás de mí, ven a matarlo”.
Durante horas, los sicarios de las Nukhbas de Hamás estuvieron violando a mujeres, torturando a ancianos, decapitando a bebés y cometiendo una serie de atrocidades que podrían quitar el sueño al más curtido de los soldados. El fallo político de Netanyahu fue más que evidente,…