El pasado 25 de febrero, el general Akchourine, comandante de la defensa antiaérea de la Unión Soviética, declaraba a la agencia Tass: “La tormenta de misiles en la guerra del Desierto debería ponernos al acecho. Es hora de poner fin a la reducción de nuestro esfuerzo militar”.
El invierno pasado, la URSS perdió una guerra por representación. Toda la institución militar soviética se vio sacudida por la derrota de las fuerzas iraquíes. Durante los últimos decenios, los estrategas del Ejército Rojo habían edificado un sistema previendo un conflicto con las fuerzas de la OTAN en Europa. En la guerra del Golfo los generales soviéticos fueron capaces de apreciar el verdadero aspecto de la potencia militar americana.
Evidentemente, el ejército iraquí no puede ser comparado con las fuerzas de la Unión Soviética. Sin embargo, durante los últimos quince años, expertos soviéticos armaron, entrenaron y guiaron a los soldados iraquíes, de acuerdo con lo estipulado en el tratado de asistencia y cooperación recíproca de 1972. Nueve mil consejeros soviéticos operaron en los regimientos e inclusive en el seno del Estado Mayor; y asistieron constantemente a las fuerzas iraquíes en la guerra contra Irán. De hecho, tres mil consejeros se hallaban aún en Irak cuando estallaron las hostilidades contra Kuwait.
El general Koutsenko, miembro de la Academia Militar del Estado Mayor, resumía así la situación en Izvestia: “Quiérase o no, la guerra del Golfo es considerada como una prueba de fuerza entre la ciencia militar y el armamento de Estados Unidos, y el de la Unión Soviética. La conclusión es evidente.”
El balance final de la guerra resulta insoportable para el orgullo de los jefes militares soviéticos. Los iraquíes no obtuvieron ningún triunfo notable en el campo de batalla. Ni un solo avión aliado fue abatido por los misiles soviéticos tierra-aire. Cuatro mil…