Hace ya cuatro años expuse mi criterio sobre los tres retos a los que Europa debía enfrentarse. Cuatro años después todavía podemos decir lo mismo. Escribía yo entonces que debemos probar “que se puede actuar siendo doce, y no solamente, estancarse y vivir al día”. Empecemos por el método. Al término de las tres etapas del relanzamiento de la construcción europea, el método ha dado sus frutos: la adopción del objetivo 1992, el Acta Única o la mejora y enriquecimiento del Tratado de Roma y la reforma financiera, que confiere posibilidades más amplias a la actuación comunitaria. Este método sigue siendo válido hoy. Nada nos desviará de nuestro objetivo: llevar a buen término el Acta Única.
Segundo reto: la influencia de Europa. Sigue siendo una necesidad imperiosa. Debemos demostrar que la Comunidad habla una sola voz y que es actor, y no simplemente sujeto, de la historia contemporánea. En el preciso momento en que a nuestra Comunidad se la toma cada vez más en serio, y justamente cuando –quién lo iba a decir hace algún tiempo– unos la acusan de querer replegarse sobre sí misma y otros la cortejan en su deseo de unirse a ella, justamente ahora, evaluarnos el camino que queda por recorrer. La Europa interlocutora, según la expresión propuesta por la Comisión, exige una mayor cohesión, un mayor sentido de las responsabilidades y más iniciativas. La Historia está llamando a nuestra puerta, ¿vamos a hacer oídos sordos a su llamada?
Por último, el tercer reto, el de la civilización. En 1985 propuse que afirmásemos nuestros valores, que realizásemos las indispensables síntesis entre las limitaciones del mundo que se está haciendo y las aspiraciones a menudo contradictorias de nuestros contemporáneos. El reto sigue en pie, ya que por muy indispensable que sea nuestro éxito en el…