La irrupción del hiperterrorismo en España el 11 de marzo y la victoria del PSOE en las elecciones generales tres días después, marcan el comienzo de una nueva etapa en política exterior. Ambos hechos confirman la existencia de nuevas fuerzas en juego, cuyas implicaciones no siempre se habían querido atender.
El 14 de marzo, con independencia de otros factores, se produjo un hecho de enorme relevancia: el Partido Popular perdió el gobierno por su política exterior. ¿No se suponía que estos asuntos no interesaban a la mayoría? ¿No es cierto que los asuntos internacionales nunca eran decisivos en las campañas electorales? Estas preguntas han perdido sentido. Irak, es cierto, ha sido un caso excepcional: la opinión pública no podía dejar de reaccionar ante un conflicto gestionado entre mentiras, manipulaciones y menosprecio hacia el sentir mayoritario de los españoles. Pero la conclusión permanecerá después de Irak y es esencial que los políticos lo entiendan: la política exterior importa. Hace tiempo que la diplomacia dejó de ser la tarea de un cuerpo de la administración sin relevancia para la vida cotidiana de los ciudadanos. Buena parte de los intereses de España se juegan hoy en el exterior y es inútil pretender definirlos sin la participación de la sociedad. ¿De verdad se pensó que una política a la que se oponía el 90 por cien de los españoles podía ser sostenible?
La compleja relación entre democracia y proceso de elaboración de la política exterior ha cobrado nuevos aspectos de interés para los analistas, pero también nuevas demandas para los gobernantes. La desaparición de la frontera entre lo exterior y lo interior exige otra manera de actuar en el mundo y otro enfoque a la hora de construir las bases internas de esa acción exterior. Al mismo tiempo, las nuevas amenazas obligan a redefinir…