Ahdaf Soueif es una de las novelistas y comentaristas de política y cultura más célebres, prestigiosas y comprometidas de Egipto. Nació en El Cairo en los albores de su crucial década de los cincuenta, en el seno de una familia de intelectuales, y creció y se educó a caballo entre su tierra natal y Reino Unido, donde ha pasado buena parte de su vida. El contacto con estas dos realidades distintas se aprecia nítidamente en su obra, incluida su segunda y más famosa novela The Map of Love (publicado en España como El mapa del amor en 2005). El libro fue preseleccionado para el premio Booker de literatura en 1999, y narra la historia de una joven aristócrata inglesa y un abogado nacionalista egipcio en los inicios del siglo XX –marcados por el imperialismo británico y el movimiento nacionalista egipcio– revisitada por la bisnieta de la pareja, que a su vez está enamorada de un director de orquesta egipcio-estadounidense. Tal y como ha expresado ella misma, Soueif escribe principalmente sobre aquello que le interesa y le preocupa, y en esta lista figuran cuestiones que conoce bien, como la representación del mundo árabe y musulmán en Occidente, la situación de Egipto y la causa palestina.
Cuando estalló la revolución en Egipto a principios de 2011, Soueif se encontraba en India por trabajo, pero decidió recortar su viaje y coger uno de los primeros vuelos que pudiera llevarla de vuelta a El Cairo para unirse a las incipientes manifestaciones contra el régimen del expresidente Hosni Mubarak en la plaza Tahrir. Como seguramente no podría haber sido de otra manera, la forma que tuvo Soueif de vivir y procesar la revolución fue en gran medida escribiéndola, y el proceso acabó dando a luz a otro de sus libros más conocidos Cairo: My City, Our Revolution (El Cairo: mi ciudad, nuestra revolución). En la última década, pese a imponerse las fuerzas de la contrarrevolución, la novelista se ha mantenido comprometida con la misma causa. Y ha vivido en primera persona la crueldad de la nueva-vieja realidad como tía del programador Alaa Abdel Fattah, el activista e intelectual más famoso de Egipto, que ha permanecido la mayor parte de este tiempo en prisión por motivos políticos. Junto con la madre de Abdel Fattah, la matemática y activista de derechos humanos Laila Soueif, y sus dos hermanas, Mona y Sanaa Seif, llevan años de campaña infatigable para pedir la liberación de Abdel Fattah, convertido hoy en uno de los símbolos del país.
Además de Egipto, Palestina también ocupa un lugar especial en el corazón y las acciones de Soueif, que ha traducido al inglés obras de autores palestinos como el poeta y escritor Mourid Barghouti y ha cubierto la situación del pueblo palestino para medios occidentales entre los que destaca el británico The Guardian, en el que continúa escribiendo columnas. Soueif es asimismo una de las fundadoras del Festival Palestino de Literatura, el PalFest, que se celebra anualmente desde hace más de década y media en varias ciudades palestinas, incluidas Jerusalén, Haifa y Ramala. La propia Soueif afirma que PalFest es un intento de impulsar con la sociedad palestina un festival literario de categoría mundial en plena ocupación, y aprovecharlo para llegar a artistas extranjeros. Entre los seguidores de Soueif se contaba ni más ni menos que el intelectual Edward Said, que celebró de ella haber colocado a la sociedad y la cultura árabes ante el lector inglés con gran ingenio e inventiva. Para explicar cómo se está viviendo y sintiendo en Egipto la ofensiva de Israel contra Gaza, Soueif accedió a conversar con afkar/ideas como mejor se siente: por escrito.
En un artículo de opinión publicado en diciembre en The Guardian se refirió a una protesta reciente en solidaridad con Palestina que había tenido lugar ante el Sindicato de Periodistas en El Cairo. Remarcó que había unos 100 manifestantes, lo que contrastaba con las marchas de decenas de miles en otras ciudades del mundo. Pero también destacó el valor de aquella solidaridad en un país como Egipto ¿Por qué?
Egipto ha desempeñado un papel decisivo a la hora de imponer el asedio a Gaza. Y no se trata de algo de lo que los egipcios se sientan orgullosos. Los gazatíes, con razón, se sienten muy defraudados por la cooperación de Egipto con Israel, una cooperación que ha continuado durante los nueve meses que ha durado hasta ahora el ataque genocida de Israel contra Gaza. Así que cada manifestación es un mensaje a nuestros hermanos y hermanas palestinos de que el pueblo egipcio no aprueba las acciones de su gobierno.
En el plano doméstico, las autoridades egipcias trataron inicialmente de aprovechar los puntos en común con la población para promover manifestaciones propalestinas controladas que reforzaran al mismo tiempo su propia posición. Sin embargo, pronto rectificaron y rara vez han vuelto a repetirlo. ¿Qué ha ocurrido?
Las autoridades descubrieron –una vez más– que les desagrada profundamente el espectáculo de la gente en la calle, unida, dando voz a sus opiniones y a sus sentimientos. Probablemente se dieron cuenta de que las manifestaciones pronto se convertirían en críticas hacia ellos, hacia las propias autoridades. La gente quería dirigirse a la frontera [con Gaza], mostrar su solidaridad y acompañar y proteger a los camiones de ayuda que ya estaban retenidos en [el paso fronterizo de] Rafah. Las autoridades no tenían ninguna intención de permitir que el pueblo egipcio se convirtiera en un verdadero protagonista de lo que estaba ocurriendo en la frontera. Se dieron cuenta de que las manifestaciones se harían grandes y poderosas, no se ceñirían a ningún guion que el gobierno tratara de imponer; el pueblo exigiría más capacidad de actuación. Y esto es algo que las autoridades no pueden aceptar.
Una de las críticas más repetidas por activistas egipcios es la gestión gubernamental del cruce fronterizo de Rafah. Por un lado, porque ha fluido mucha menos ayuda humanitaria de la necesaria y, por otro, porque ha permanecido cerrado al paso de personas excepto en casos excepcionales y para aquellos que, a cambio, han tenido que pagar grandes sumas de dinero a una opaca red de intermediarios para recibir autorización. ¿Qué podría haber hecho diferente El Cairo, que principalmente defiende su postura basándose en la falta de garantías de seguridad de Israel?
Es tarea de los diplomáticos, de los políticos y de los militares encontrar una manera diferente de gestionar esta crisis. Pero podemos hacernos preguntas. Por ejemplo: si Sudáfrica hubiera sido vecina de Gaza, o si el gobierno de Suráfrica hubiese gobernado a Egipto durante un tiempo, ¿habría gestionado el paso fronterizo de Rafah de la misma manera? También habría sido decente no cobrar miles de dólares a las personas que intentan escapar del genocidio para cruzar la frontera.
Una de las iniciativas que promovieron círculos de activistas a finales del año pasado fue el convoy de Conciencia del Mundo hacia Gaza. ¿Cuál era el objetivo y por qué finalmente no pudo materializarse?
La idea era invitar a activistas, personajes conocidos y famosos a venir a El Cairo, ir en un convoy con camiones de ayuda a Rafah y atravesar el paso fronterizo con ellos; proteger la ayuda con sus cuerpos y con la presencia de los medios de comunicación. La apuesta habría sido que Israel no bombardearía a famosos internacionales ante los medios de comunicación, y así se abriría un camino para que el mundo accediera a Gaza.
No fue posible, a través de negociaciones, conseguir que las autoridades accedieran a permitir que el convoy saliera de El Cairo. Al final, un grupo de activistas egipcios e internacionales se plantaron ante el Ministerio de Asuntos Exteriores para pedir una reunión. Habían escrito una carta –muy educada– explicando lo que estaban intentando hacer. [Desde el ministerio] invitaron a cuatro personas a entrar para entregar la carta. Pero nunca salieron y dos días después fueron deportados. Era evidente que las autoridades no permitirían que se llevara a cabo la idea del convoy.
Usted también ha escrito que el sentimiento propalestino, de solidaridad con Gaza y de rechazo a la ofensiva genocida de Israel, es muy fuerte en Egipto. Pero dado que las protestas en el país están a efectos prácticos prohibidas, ¿cuáles son las formas más extendidas a través de las cuales se está expresando este sentimiento?
La gente –incluso bajo graves dificultades económicas– contribuyó rápida y generosamente a los camiones de ayuda humanitaria, hasta que se enteraron de que no iban a entrar en Gaza. Por supuesto, la ciudadania ha expresado sus sentimientos en las redes sociales. Y hemos visto desesperados arrebatos individuales de emoción, como el de un joven que se subió a una valla publicitaria en Alejandría para ondear la bandera palestina, o el de una mujer que se plantó en la isla de tráfico de El Cairo para reprochar a todo el mundo que no acudiera en ayuda de Gaza. Estos arrebatos fueron individuales porque es realmente peligroso intentar que la población se reúna para expresar su voluntad.
Allí donde la gente está naturalmente en grupo ha habido protestas, como en el interior del campus protegido de la Universidad Americana de El Cairo. Y recientemente hemos visto a aficionados del club de fútbol Zamalek corear [consignas propalestinas] en la calle de regreso a casa después de que se les prohibiera hacerlo en el estadio. También hinchas en bloque del club Al Ahli [el otro gran equipo de fútbol de Egipto] dieron la espalda al espectáculo ofrecido en el estadio antes de la final de la Copa de Campeones de África. Y ayer los hinchas del Ahli volvieron a entonar cánticos en el estadio. Las autoridades han detenido a muchas personas en relación con estas manifestaciones de solidaridad.
Usted, al igual que muchos otros, también ha insistido en el pasado en que el pueblo egipcio, y los del resto del mundo árabe, traza una línea directa entre los derechos de los palestinos y los suyos propios. ¿Qué hace que estas dos luchas estén profundamente interconectadas?
Israel ha demostrado, una y otra vez, durante los últimos 75 años, que nunca podrá –en su forma actual– ser un vecino pacífico o benigno. El Estado sionista no fue diseñado para la paz y la estabilidad. Así que, para empezar, no es posible sentirse cómodo y seguro en tus propios derechos mientras ves cómo se violan sistemáticamente los derechos de tu vecino, mientras observas cómo se produce una limpieza étnica gradual en la puerta de al lado. Además, el efecto de Israel en la región ha sido enredarla en guerras, ya sea directamente, como en el caso de Líbano, o a través de Estados Unidos, como en Irak y como intenta hacer constantemente con Irán.
En Egipto, los vínculos entre las autoridades egipcias e Israel se manifiestan en acuerdos masivamente corruptos, en prácticas de vigilancia y en la brutalidad de las agencias de seguridad. Las autoridades son mantenidas en el poder por poderosos actores occidentales para garantizar la seguridad de Israel. Los intereses de Israel como Estado expansionista, colonial y de apartheid no son los intereses del pueblo egipcio ni de los pueblos de la región en su conjunto. Recuerden que se trata de una región en la que, hasta los años cuarenta, pueblos de etnias y religiones enormemente diversas habían conseguido llevarse relativamente bien durante cientos de años. Y mírenla ahora, con la ideología violenta y supremacista de Israel plantada en medio como “baluarte contra las hordas bárbaras”.
¿Es por esta conexión de luchas que las autoridades egipcias han sido tan cautelosas y se han apresurado tanto a reprimir cualquier intento de articular un movimiento propalestino en las calles de Egipto en los últimos meses?
Sí.
Por último, no quisiera terminar sin referirme al Festival Palestino de Literatura (PalFest). ¿Qué importancia y qué papel pueden tener este tipo de iniciativas populares en un contexto como el actual?
El PalFest consistía en una gira de escritores y artistas internacionales –una vez al año desde 2008– para celebrar actos literarios en las ciudades de la Palestina ocupada.
Desde el comienzo de la última guerra de Israel contra Gaza, PalFest ha organizado actos en Estados Unidos y Reino Unido en los que escritores y artistas occidentales, muchos de los cuales han participado en la gira PalFest antes, junto con escritores y artistas palestinos, tienen el espacio para compartir su testimonio y sus escritos más relevantes con un público occidental local. PalFest también ha sido muy activo en la traducción de la obra de jóvenes poetas gazatíes y en la creación y publicación de vídeos de su lectura, en árabe en Gaza con las traducciones en texto. Básicamente, son varias las acciones posibles y que encarnan las palabras de Edward Said que han sido el credo de PalFest desde el principio: enfrentarse a la cultura del poder con el poder de la cultura./