Los jóvenes egipcios, que reclamaron libertad, dignidad y una vida mejor, deben ahora ser guardianes de la transición y no permitir soluciones tímidas.
En el mundo árabe sopla un viento de libertad. Zine El Abidine Ben Ali, el destituido presidente de Túnez, se dió a la fuga, mientras en Egipto, Hosni Mubarak vive ya retirado. Otros regímenes se ven zarandeados y se tambalean. El déspota libio es execrado por su pueblo y por todo el mundo. Toda la región árabe está en efervescencia. Después de la primera descolonización, que puso fin a la presencia europea en el mundo árabe, llega ahora la segunda descolonización, la que consiste en desembarazarse de los regímenes poscoloniales –repúblicas autoritarias o incluso repúblicas dinásticas– que cerraron a cal y canto el espacio político acaparando, y en muchos casos dilapidando, las riquezas de sus respectivos países.
Lo que se inició en Túnez y Egipto, ante nuestros ojos, es literalmente inédito: una auténtica revolución popular dirigida por unos jóvenes sin afiliación en ningún partido político y sin líder, gritando eslóganes “modernos” que reclaman dignidad, libertad y una vida mejor. Con un coraje inaudito, estos jóvenes han desafiado el sistema policial y han destruido la barrera del miedo, derribando a unos regímenes que, durante décadas, han impuesto un clima de terror, pero que al mismo tiempo eran considerados una garantía de estabilidad.
No debe confundirse lo que está sucediendo en el mundo árabe con un “motín del hambre”: uno de los eslóganes coreados en la plaza Al Tahrir de El Cairo era: twarat al ahrar wa laysa thawrat al-juaa, que significa “revolución de la libertad y no revolución del hambre”. Este eslogan revela perfectamente la profunda humillación que sentían los egipcios frente a un régimen que, en el terreno interno, confiscó la palabra del pueblo y la…