La relación económica con China siempre ha tenido dos caras: cómo aprovechar las ventajas que ofrece el inmenso mercado chino y cómo defenderse de los retos que el potencial y las prácticas económicas de China implican. A medida que su economía y capacidad tecnológica han crecido, mucho más rápido de lo esperado, el segundo aspecto ha desplazado al primero. Tanto Europa como Estados Unidos miran a China con preocupación y buscan una relación más equilibrada, basada en la reciprocidad, en vez de un terreno desnivelado a favor de China. Se trata, en definitiva, de evitar un juego de suma cero y lograr esa relación económica basada en el win-win que los propios chinos no se cansan de predicar; comer y dejar comer. China debe entender que si no se consigue una relación de este tipo, las presiones proteccionistas serán inevitables.
El 12 de marzo de este año se hizo público el informe “UE-China: una perspectiva estratégica”. Elaborado por el Servicio Exterior de la Comisión Europea y remitido al Parlamento y al Consejo europeos, debe orientar la relación de Europa con China los próximos años. El texto empieza por reconocer que el país asiático es para la UE, a la vez, un socio con el que cooperar, un competidor económico y un rival que promueve un modelo de gobernanza alternativo. La respuesta europea al creciente poder económico y político chino debe basarse en tres puntos: el refuerzo de la cooperación en relación a intereses comunes de alcance global, una relación económica más equilibrada y el refuerzo de las políticas y la base industrial de la UE.
Los intereses comunes de alcance global comprenden, entre otros, el libre comercio; el multilateralismo, basado en Naciones Unidas y otros organismos internacionales; la lucha contra el cambio climático; el mantenimiento del acuerdo nuclear con Irán;…