Estados Unidos ha sido, al igual que España, de los pocos países en tener una política par el conjunto de Latinoamérica. Los cambios en la región, sobre todo la mayor asertividad de algunos países, exigen ahora un trato diferenciado que potenciará las relaciones bilaterales.
Las semanas previas a la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y las primeras de su administración se han caracterizado, en lo relativo a América Latina, por numerosas especulaciones sobre el rumbo de la agenda latinoamericana. Ésta ha estado marcada por el pesado lastre de la herencia de George W. Bush, visible no sólo en el deterioro de la imagen de Estados Unidos en América Latina, sino también en el estado complicado de algunas agendas bilaterales. Por el contrario, durante el mes de marzo hemos visto una gran ofensiva diplomática (con viajes y reuniones varias) y algunos anuncios importantes, teóricamente en preparación de la V Cumbre de las Américas celebrada del 17 al 19 de abril en Trinidad y Tobago. El encuentro entre todos los mandatarios hemisféricos confirmó el sesgo que la administración Obama está dispuesta a dar a las relaciones con América Latina. La cumbre no sólo mostró el liderazgo que está dispuesto a ejercer el nuevo inquilino de la Casa Blanca, pese a algunas contestaciones, sino también la nueva realidad que se vive en América Latina. También sirvió para permitir que la cordura y la sensatez retornaran a estas reuniones.
El relevo en Washington ha generado grandes expectativas de cambio en la política hemisférica, que podrían dar paso a la frustración si no se producen avances notables. Más allá de lo atinado de algunos análisis sobre las principales características de la gestión de Obama, lo interesante del asunto es que buena parte de lo dicho gira en torno al sesgo que…