Pocas alianzas son tan necesarias y contradictorias como la existente entre Islamabad y Washington. Desde el 11-S hasta el asesinato de Osama bin Laden, Pakistán es ejemplo de los riesgos que supone un Estado que no controla todos los resortes del poder.
Las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán se han visto una vez más perjudicadas tras la operación de la madrugada del 2 de mayo en la ciudad pakistaní de Abbottabad. La captura y asesinato de Osama bin Laden en una vivienda amurallada en la ciudad donde se halla el mejor centro de instrucción militar del país, Kakul, fue la gota que colmó el vaso. La alianza de estos dos aliados –forzados a serlo– puede pasar en breve a un nueva fase. El asesinato de Bin Laden ha dejado al descubierto las incógnitas sobre la implicación de Pakistán en la “guerra contra el terror”, aumentando las sospechas sobre lo que se llevaba tiempo cuestionando: ¿conocían los servicios secretos pakistaníes (Inter-Services Intelligence, ISI) el escondite del líder de Al Qaeda? ¿Por qué EE UU y Pakistán siguen siendo aliados si sus intereses en la región son opuestos? ¿Es cómplice Pakistán del terrorismo internacional?…