Más gente que nunca antes en la historia vive hoy una vida sana y productiva. Esta buena noticia puede sorprender, pero son muchas las pruebas que lo demuestran. Por ejemplo, desde principios de la década de 1990, la mortalidad infantil global se ha reducido a la mitad. Se ha producido una disminución espectacular en los casos de tuberculosis, malaria y sida. La incidencia de la polio se ha reducido en un 99%, lo que nos acerca a la erradicación de esa grave enfermedad infecciosa, logro que la humanidad solo ha alcanzado en una ocasión, con la viruela. El porcentaje de población que vive en la pobreza extrema –es decir, con menos de 1,9 dólares al día, según la definición del Banco Mundial– ha caído del 35% al 11%.
Sin embargo, el progreso continuado no es algo inevitable per se. En el mundo sigue produciéndose un enorme sufrimiento e inequidad. Para finales de 2018, habrán muerto cinco millones de niños menores de cinco años, la mayor parte en países pobres y por causas evitables. Otros cientos de millones de menores seguirán sufriendo innecesariamente malnutrición y enfermedades que podrían causarles discapacidades físicas y cognitivas de por vida. Más de 750 millones de personas, en su mayoría familias rurales, dedicadas a la agricultura y la ganadería en países de África subsahariana y sur de Asia, siguen viviendo en la pobreza extrema, según estimaciones del Banco Mundial. Además, a mujeres y niñas se les sigue negando cualquier oportunidad económica.
Parte de este sufrimiento podría aliviarse si continuamos financiando programas de ayuda al desarrollo y convenios multilaterales de eficacia probada. Estos esfuerzos ayudarán, sin duda, a seguir progresando, especialmente conforme se vaya optimizando el uso de datos a la hora de adjudicar recursos de manera más eficiente. En última instancia, sin embargo, la erradicación de…