El tren de la economía verde no solo es necesario sino que es imparable. Incluso grandes compañías de energías “sucias” saben que tarde o temprano tendrán que cambiar su modelo de negocio. Y ya existe una competencia global entre ciudades sostenibles.
Si tienes un crecimiento inteligente tienes más crecimiento y menos usos de los recursos al mismo tiempo”, dice el economista Kristian Weise, director del think tank progresista Cevea, en una entrevista para la revista Alternativas Económicas. “En Dinamarca tenemos un aumento de la riqueza, pero estamos estables en la producción de CO2”.
La economía verde, en la que los países nórdicos llevan la delantera (aunque todavía su huella ecológica está muy por encima de los límites del planeta) es justo eso: una economía basada en la generación de riqueza y la redistribución –que en esos países se genera a través del Estado de bienestar– con un mejor uso de los recursos naturales.
Los países miembros de las Naciones Unidas se han comprometido a alcanzar para 2030 una reducción de emisiones de CO2 del 40 por cien, algo indispensable para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 grados centígrados.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) acuñó el término “economía verde” en 2008, con el lanzamiento de la Iniciativa por una Economía Verde.
La economía verde, tal como la definió entonces la ONU, es “el desarrollo humano del bienestar y la equidad social, mientras se reducen significativamente los riesgos medioambientales y los desastres ecológicos”. En su expresión simple, es una economía de bajo carbón, con eficiencia de recursos y socialmente inclusiva.
En un mundo que se antoja inestable, donde hay una gran incógnita sobre dónde estará el futuro del empleo, la economía verde lo ubica justamente en un cambio total del…