La innovación estadounidense lidera la mayoría de indicadores y ha conseguido generar un ecosistema único, no replicable por sus competidores. Las perspectivas actuales son positivas aunque haya algunas amenazas reales. Habrá que esperar a las promesas electorales de Trump.
El análisis estratégico de la innovación es un asunto complejo, que resulta del estudio de la política (regulación, administración, mercado laboral), la economía (oferta, demanda, patrones de consumo, internacionalización), la sociedad (usos sociales, clima político, demografía) y la tecnología (niveles de penetración, patentes, gasto público). El modelo económico de innovación, investigación y desarrollo de Estados Unidos es exitoso, porque obtiene buenos resultados en las cuatro dimensiones. Según el Índice de Competitividad Global de 2016, que elabora el Foro Económico Mundial, EE UU ocupa el tercer lugar del índice porque combina la capacitación de su población, la colaboración entre público y privado, la orientación comercial de la innovación (from Lab to Market), las infraestructuras y la fortaleza de su sistema universitario y de posgrado, así como la reserva de los mercados financieros.
Con estos ingredientes, la innovación es el sustento del capitalismo creativo que rige en el país. Cuenta con posiciones muy reconocidas, pero se enfrenta a nuevas amenazas. La primera consiste en el propio fundamento de la correlación entre innovación, productividad y crecimiento económico, en entredicho. Robert Gordon, catedrático de la Universidad Northwestern en Chicago, considera que la productividad se ha ralentizado desde la década de los setenta. En su opinión, es el propio factor de productividad el que está en recesión. Aunque hay innovación, la capacidad de alterar los vectores económicos (automoción y transportes, alimentación, textil) es limitada, menor de lo que parece, evaluado su impacto en el mercado laboral y de capitales. Robert Litan e Ian Hathaway, de Brookings Institution, han investigado la creación de start-ups entre 1977 y…