Cuando los historiadores hagan por fin una autopsia de la Unión Soviética y el comunismo soviético, es posible que lleguen a la conclusión de muerte por ecocidio. Para la era moderna y, de hecho, para cualquier acontecimiento a excepción del misterioso colapso del imperio maya, sería una conclusión insólita, pero no inverosímil. Ninguna otra gran civilización industrial ha envenenado tan sistemáti­ca­mente y durante tanto tiempo sus tierras, su aire, su agua y su pueblo. Ninguna ha proclamado en voz tan alta sus esfuerzos por mejorar la salud pública y proteger la naturaleza para luego degradar ambas. Y ninguna sociedad avanzada había hecho frente a tan desoladora situación política y económica con tan pocos recursos para invertir en su recuperación.

Por su territorio, la Unión Soviética era el país más grande del mundo. En cuanto a población, en 1990 era el tercero, después de China e India. Durante décadas, fue el primer productor de petróleo y acero, poseía una cuarta parte de las reservas forestales del planeta y la misma proporción de agua dulce. No obstante, se redujo a sí misma a la miseria poniendo en peligro la salud de sus habitantes –especialmente la de niños y traba­ja­dores–, la productividad de su suelo y la pureza de su aire y de su agua.

Estas amenazas, a su vez, pusieron en peligro las perspectivas de recuperación económica, aun cuando se estén haciendo dramáticas refor­mas del sistema en los Estados sucesores. Aparte del tiempo que se necesita para remediar décadas de abuso del medio ambiente, los costes de la purificación podrían requerir sumas increíbles, teniendo en cuenta todos los recursos que se necesitan para reconstruir viviendas, hospitales, carreteras, plantas de energía y sistemas de suministro de agua, y para modernizar la industria y la agricultura.

Por el momento, sólo es posible calcular las…