La pelea por el liderazgo en Oriente Próximo debe de ser tan vieja como el asentamiento humano en la zona. Y en esa pugna no solo hay que tenar en cuenta los intereses de los actores locales sino también, desde hace ya mucho tiempo, los de diversas potencias globales, sea en el contexto de la colonización europea, de las dos guerras mundiales, de la guerra fría o de la histórica apetencia foránea por seguir controlando sus importantes reservas de hidrocarburos.
Sin remontarnos al principio de los tiempos, es el statu quo impuesto principalmente por Londres (y París) hace ahora un siglo y rematado después por Washington, el factor que está en el origen de muchos de los conflictos y problemas que, con distinta intensidad, se viven todavía hoy. Y sin rebajar en ningún caso la importancia de situaciones tan inquietantes como las que se viven en Yemen, Siria, Palestina o Irak, no hay duda de que el foco principal de atención está hoy centrado en el duelo que define a Irán como la pieza mayor de una cacería liderada por Washington, en compañía de Tel Aviv, Riad y algunos otros.
Prólogo
Para las potencias europeas la descolonización forzada por una dinámica histórica imparable conllevó la pérdida del control físico de unos territorios generosamente dotados de hidrocarburos que, bien como fuentes de suministro o como vías de tránsito, ya resultaban entonces vitales para el sostenimiento de los modelos de vida occidentales. En consecuencia, la diplomacia occidental diseñó, en colaboración con líderes locales sumisos a los dictados de las antiguas metrópolis, un nuevo statu quo que fragmentó el mundo árabo-musulmán en Estados artificiales y estructuralmente débiles, convirtiendo a Israel en el gendarme regional, a Arabia Saudí en el moderador por excelencia de los mercados mundiales de petróleo y a Irán en…