Una densa niebla de incertidumbre se cierne sobre el Kremlin. La guerra desatada contra Ucrania no solo va a transformar profundamente Europa, sino también a la propia Rusia. De momento solo cabe especular, pero baste apuntar que la caída del presidente ruso, Vladímir Putin, o la disolución de la Federación Rusa son escenarios que forman parte ya de los debates recurrentes sobre qué puede suceder. Aún son pura conjetura y no necesariamente los escenarios más probables, por cuanto Putin todavía puede imponerse a sus adversarios dentro y fuera de Rusia, pero son un buen reflejo de esa incertidumbre y de la gravedad del momento.
El fracaso de la denominada “operación militar especial” –esto es, el asalto concebido para una rápida toma del poder en Kiev, rendición ucraniana y golpe audaz al orden geopolítico de la posguerra fría europea– ha devuelto a Rusia a las turbulencias de las postrimerías de la Unión Soviética y de las crisis de los años noventa. Aunque las expectativas ahora son mucho más sombrías, todo parece posible en Rusia en estos momentos. No deja de resultar irónico, si se tiene en cuenta que, en buena medida, con su ataque a Ucrania, Putin trataba, precisamente, de revertir los resultados y las consecuencias de lo que considera “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”: la caída de la URSS en tanto que encarnación estatal del poder imperial ruso.
Así, el 24 de febrero de 2022, Putin cruzó su particular Rubicón. Desde entonces, la acumulación de reveses en el campo de batalla y el fracaso estratégico en el primer año de la guerra le han conducido a una constante huida hacia delante, sin aparente retorno, en la que Putin trata de embarcar al conjunto de la sociedad rusa. Hasta el momento, el grueso de la población respalda y acepta pasivamente…