En 2000 un grupo de 189 países adopta un compromiso de solidaridad universal. Son los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM): recortar a la mitad el número de personas que padecen hambre en el planeta, reducir la mortalidad infantil y materna y las desigualdades de género, prevenir el sida, la malaria y la tuberculosis, alcanzar la sostenibilidad del medio ambiente.
En el umbral del nuevo siglo, los países más ricos hacen examen de conciencia y deciden corregir las dramáticas desigualdades y mejorar las condiciones de vida de los más necesitados. Nunca hasta entonces la humanidad había dispuesto de tanta riqueza, de tantos medios –medicamentos, tecnología– para erradicar la miseria. Solo faltaba la voluntad política para que el hambre y las enfermedades fueran poco poco vencidas.
Cinco años, después en 2005 y en plena expansión de la economía de mercado capitalista, se renuevan los votos de solidaridad. La cumbre del G8, esa vez presidida por el primer ministro británico Tony Blair, propone acelerar la consecución de los objetivos de 2000. El combate contra el atraso económico y social, especialmente en el continente más rezagado, África, no podía demorarse. La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) seguirá en primera línea, pero ahora reforzada por la participación de iniciativas empresariales. Gobiernos y empresas hermanados. Se programan atajos, en primer lugar, la condonación de la deuda externa de los países más pobres, para facilitar que sus recursos sean destinados a la satisfacción de sus propias necesidades. Paralelamente se acuerda ampliar la liberalización comercial para los productos agrarios y materias primas exportadas por el grupo de países más pobres. Se mantienen, no obstante, importantes contrapartidas para la concesión de las ayudas, la condicionalidad de políticas económicas ortodoxas que implican el saneamiento de las finanzas públicas y la liberalización de los mercados. Subsisten, a la vez, las…