Aún es pronto para evaluar los efectos de WikiLeaks sobre la política, la diplomacia y el periodismo. De momento, las filtraciones muestran la necesidad de que tanto políticos como medios gestionen la información de forma más transparente y responsable.
¿Qué hay en WikiLeaks que no deban aplaudir quienes valoran la libertad y la verdad? En efecto, en Australia, la patria de Julian Assange, la publicación de las filtraciones ha desencadenado una marea de libertaria rectitud. Los medios y la sociedad civil australianos se han visto sacudidos por la sorpresa y la excitación provocadas a causa de los impropios modos y palabras de la diplomacia. Han experimentado además un escalofrío de satisfacción al contemplar a los poderosos expuestos y humillados, y se ha extendido una corriente de indignación ante la posibilidad de que Assange pueda ser castigado. Todo ello se ha confundido con otros impulsos no tan nobles, como la voyeurística moda de leer el correo del otro y una llamativa vena de antiamericanismo que embarga a la opinión pública australiana.
No obstante, más allá del melodrama y la moralina, lo que importa son las consecuencias. Por supuesto, sería magnífico si WikiLeaks originase algún tipo de catarsis global que llevara a la transparencia, la paz y la justicia universales. Pero ¿y si los efectos actúan en sentido contrario? Un análisis exhaustivo del conocido como cablegate deberá considerar la posibilidad de que la publicación no autorizada de tal cantidad de cables diplomáticos estadounidenses clasificados pueda terminar causando más perjuicio que beneficio…