En 1871 el canciller Otto von Bismarck describió la diplomacia como la inacabable negociación de concesiones recíprocas entre Estados. Una estructura institucional (ministerios de Asuntos Exteriores) y un conjunto de profesionales (diplomáticos) se han ocupado de dar continuidad a esas negociaciones, guiados por la defensa de los intereses nacionales en el exterior. La ampliación del concepto “intereses”, la multiplicación de actores internacionales –más allá de los Estados– y la irrupción de canales alternativos de comunicación, de la mano de la tecnología, han sacudido la naturaleza de la diplomacia.
¿Sigue siendo útil un cuerpo diplomático profesionalizado en un sistema internacional que cambia tan rápidamente, con una esfera pública difusa y vulnerable y con un liderazgo político personalista? La respuesta corta desde POLÍTICA EXTERIOR es “sí, más que nunca”. La respuesta larga requiere una reflexión sobre por qué y cómo reformar la diplomacia. La reforma es tan necesaria como profunda; en los procedimientos, las herramientas y los perfiles. No es exagerado decir que requiere una revolución en los ministerios de Asuntos Exteriores, mediante la modernización de sus estructuras, la mejor dotación de medios y recursos financieros, la agilización de procesos y la incorporación de conocimientos en materia de cambio climático o regulación tecnológica. El núcleo de este número de POLÍTICA EXTERIOR –el último de un terrible 2020– se ocupa del futuro de la diplomacia.
La pandemia ha revelado el deterioro del entorno internacional de los últimos años, la complejidad de la política exterior, la importancia del trabajo consular y la utilidad de actualizar algunos procedimientos tradicionales de la diplomacia a través de la digitalización. También ha dejado al descubierto la falta de anticipación, la inefectividad de ciertas rutinas y el decaimiento general de los servicios exteriores en Occidente, empezando por Estados Unidos.
Los diplomáticos estadounidenses William J. Burns y Linda Thomas-Greenfield presentan un panorama desolador del departamento de Estado, dinamitado en los cuatros años de presidencia de Donald Trump. Para ellos, la agenda para la reforma diplomática debe partir de una reformulación sensata del papel de EEUU en el mundo: “El objetivo no debe ser restaurar el poder y el propósito a largo plazo de la diplomacia estadounidense de siempre, sino reinventarla para una nueva era”. La decadencia del departamento de Estado viene de lejos y se debe, fundamentalmente, “al cortoplacismo, los ajustes presupuestarios, una excesiva militarización de la política exterior, la lastrante burocracia (…) y la obsesión por la estructura”, además del abandono de la búsqueda de talento y el cuidado de las personas que integran el servicio exterior.
En el lado opuesto está China, con una expansión del número de embajadas y diplomáticos por todo el mundo. Lo que Zhiqun Zhu denomina “diplomacia del lobo guerrero” se basa en palabras combativas y en acciones hostiles. Esta nueva actitud, exhibida durante la pandemia a través de los tuits de diplomáticos y altos cargos de la política exterior china, “parece gozar de cierta popularidad dentro del país y apuntala la presumible supuesta transición de la diplomacia china hacia la firmeza, la proactividad y la exposición”.
A los diez años de la creación del Servicio Europeo de Acción Exterior y el reforzamiento del papel del alto representante en el Tratado de Lisboa, la Unión Europea sigue limitada por la compartimentación institucional y la resistencia de los Estados miembros a ceder en un ámbito que consideran soberano. Pese a su propósito de ejercer la política del poder en el ámbito internacional, la UE se creó con unos atributos que le impiden ser una “potencia” decisiva en la política exterior, de seguridad y defensa. Ben Tonra afirma que, para la Unión, “hablar el lenguaje del ‘poder’ (…) sería, literalmente, hablar una lengua extranjera”.
Para Cathryn Clüver Ashbrook, retos transnacionales como la pandemia, el cambio climático o las migraciones, así como la creciente actividad de actores no estatales exigen que los diplomáticos cuenten con habilidades para “observar la esfera digital desde sus respectivos destinos y sacar conclusiones que ayuden a sus ministerios a anticiparse y proponer cambios claves en las posiciones gubernamentales”.
El confinamiento global por la pandemia no ha detenido el agravamiento de la situación internacional. El conflicto continúa en Libia y Siria, Venezuela sigue estancada, la OTAN está cuestionada y el multilateralismo bajo mínimos. Mientras, Turquía y Rusia avanzan en su nuevo ejercicio de la política exterior.
La diplomacia occidental que llega hasta hoy no está adecuada al nuevo entorno. Es hora de transformarla. ●