El proceso de digitalización de la economía mundial es un fenómeno aparentemente imparable que promete un crecimiento más rentable y duradero, aunque no exento de aspectos controvertidos y, probablemente, de riesgos. Según las estimaciones de la consultora Accenture, el crecimiento sería de 1,36 billones de dólares hasta 2020 solo en las 10 primeras economías del mundo.
La digitalización en su estadio actual, impulsada por el abaratamiento y el incremento de la capacidad de computación de los ordenadores, que crece exponencialmente cumpliendo la famosa predicción formulada por Gordon E. Moore en 1965, se fundamenta en la capacidad por parte de empresas y organizaciones públicas de tratar de forma distribuida cantidades masivas de datos. Ello se realiza aplicando algoritmos cada vez más avanzados con el fin de anticipar y personalizar los servicios a empresas y consumidores a través de canales digitales o plataformas, enriqueciendo las prestaciones de sus productos mediante la incorporación de capas adicionales de servicios o sustituyendo la propiedad por el acceso. Google, los dispositivos Apple y su tienda on-line iTunes y Spotify serían ejemplos ya clásicos de cada uno de ellos.
Este cambio paradigmático de modelo tecnológico y de negocio podría tener profundas implicaciones económicas y sociales con carácter global. En primer lugar, se reducen significativamente las barreras de entrada, colocando a industrias enteras ante el riesgo de la temida “disrupción digital”. Y ello en sectores en los que, hasta hace poco, la competencia estaba limitada a un número reducido de empresas que se beneficiaban de las economías de escala originadas por sus inversiones iniciales y de la cercanía física de sus redes de distribución a los consumidores. En segundo lugar, y en contraste paradójico con lo antes indicado, la disrupción digital favorece la aparición de algunos “ganadores absolutos” que se hacen con todo o casi todo el mercado….