Enero, 17. ¿Estallará hoy la guerra? Esta es la pregunta repetida por todos, y que se ha convertido en angustiosa. A caballo de un año a otro he estado en Madrid, Roma, París, Londres, encontrando idéntico estado de opinión: indignación y miedo ante Sadam Husein, descontento por la gestión de Estados Unidos, desinterés hacia la ONU y sus resoluciones sobre cuestiones de principio, en parte porque sólo pretenden aplicarse contra Irak, mientras Israel se salta impunemente las que afectan al pueblo palestino. Y si muchos condenan la invasión de Kuwait, pocos avalan la idea de la guerra. O sea, que el punto de vista político y económico occidental despierta entre la población de Occidente, y en especial la europea, rechazo o recelo. Y el de Irak aparece como una locura criminal. ¿Qué justificaría, entonces, la guerra? Nada, salvo la necesidad occidental, y sobre todo de Washington, de salvar la faz. En Occidente se han machacado tanto el valor de la paz, el antimilitarismo, la apología del bienestar, en detrimento de conceptos antes eminentes como los de honor, fuerza, sacrificio o intereses, que ahora nos encontramos casi desnudos ética e ideológicamente.
Las mismas razones económicas, sean el petróleo kuwaití o el posible control de la zona por parte de Sadam Husein si sale indemne de la invasión, no convencen a las poblaciones occidentales, aunque se beneficien de las condiciones creadas por ellas. De una parte, piensan que el tema sólo afecta a las ganancias de las grandes compañías. De otro, aquí, paradójicamente, la economía no es considerada desde la lógica del capitalismo, sino que es juzgada a la postre inmoral; en la retórica política al uso la situamos casi sólo en la órbita de la conveniencia social, de la filosofía del Estado del bienestar que había propugnado la socialdemocracia.
¿Somos esquizofrénicos,…