En Egipto, el grafiti se ha convertido en narrador protagonista de la evolución política, en un medio de denuncia y en creador de una conciencia colectiva.
Las capas de pintura se amontonan sobre la pared hasta alcanzar cierta espesura y a los desconchones del muro de piedra se añaden no solo los desperfectos ocasionados por la climatología, sino también por la intransigencia. En pleno centro de El Cairo, un mural de cuatro metros de alto por 25 de largo ilumina con colores vibrantes la calle Kasr el Nil, envuelta como todas las demás por el tráfico y el vaivén del gentío, sepultada por el polvo del desierto que cubre cada edificio hasta embalsamar la ciudad en un monótono tono marrón. Han pasado ya meses desde que un grupo de artistas locales eligieron este espacio cercano a la plaza Tahrir para dar rienda suelta a su expresividad, y dejarla, además, en el punto de mira de las masas de egipcios que ya se intuía caminarían por esa misma calle unos días después, el 30 de junio de 2013, coincidiendo con el llamamiento de Tamarrud para derrocar al expresidente de Egipto, Mohamed Morsi…