Los precios eléctricos no cesan de bajar en Estados Unidos mientras siguen disparados en Europa. Esta anómala divergencia obliga a Bruselas a revisar sus políticas energéticas ante el peligro de que la Unión Europea pueda perder aún más competitividad frente a EE UU.
Por si nos faltara algo en Europa para componer un escenario nada halagüeño, nos enteramos de que falla también, ¡y de qué manera!, en el asunto de la electricidad; en concreto, los precios eléctricos, que no paran de subir. Y esto, que es malo para los consumidores –empieza a hablarse de pobreza energética y de familias que viven sin luz–, es aún peor para la economía y las empresas. Aun cuando es cierto que los grandes consumidores eléctricos –industrias principalmente– logran precios algo más bajos, estos empiezan a ser lo bastante onerosos como para que algunas empresas hayan anunciado su intención de parar las inversiones en Europa, a menos que se detenga la escalada en el recibo de la luz. En marzo de 2014, Torraspapel alertaba de una posible reducción de actividad por estos motivos.
Entre 2005 y 2013, el precio del kilovatio hora (kWh) en España para los consumidores domésticos subió nada menos que el 94,7 por cien, desde nueve céntimos de euro por kWh a 17. Hogares que pagaban 70 euros están pagando 130, en un entorno, además, de mayor fiscalidad y rentas disponibles más bajas. Aunque en menor medida, lo mismo le ha sucedido a los clientes industriales. En el mismo periodo, el kWh ha pasado para ellos de 6,8 a 11,6 céntimos, un 70 por cien más en plena crisis, con los ingresos a la baja y la necesidad de exportar. No extraña el ánimo indignado de algunos directivos de la industria, sobre todo en sectores intensivos en energía como el papel, el…