La depresión pos-Copenhague tras la cumbre sobre cambio climático en diciembre de 2009 no parece haber mermado los esfuerzos negociadores a lo largo de 2010. No obstante, las expectativas para la COP 16 (Conference of the Parties) que se celebrará en Cancún entre el 29 de noviembre y el 10 de diciembre, son más modestas y realistas que las generadas los meses previos a Copenhague. La lectura positiva del Acuerdo de Copenhague es que sus pilares básicos reflejan, hasta cierto punto, la Ruta de Acción de Bali. Esto incluye avances en objetivos a largo plazo (2020) –si bien algunos países proponen 2025, 2030 y 2050– y avances en adaptación, financiación, tecnología, bosques y verificaciones de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
En concreto, el texto aprobado en la Cumbre de Copenhague incluye el objetivo marcado por el mandato científico de no aumentar las temperaturas por encima de los 2ºC de media en relación a la era preindustrial. Se pide, además, una revisión en 2015 de esta cifra, de tal manera que se considere una limitación del aumento medio de las temperaturas a 1,5ºC.
A los exiguos avances en mitigación, hay que añadir la sensación extendida entre los asistentes de que se trataba de un proceso poco inclusivo, nada transparente y falto de confianza entre las partes. El resultado fue un desánimo tras la COP 15 de Copenhague que ha culminado en que se cuestione abiertamente si se debe seguir el proceso de negociación de manera global y dentro de los procedimientos que establecen las Naciones Unidas, o si acuerdos por sectores (grandes temas) o por grupos de países (grandes contaminadores) serían una alternativa más eficiente. Ambas vías no son excluyentes, ya que de hecho están funcionando de manera paralela en diversos ámbitos en la lucha contra el cambio…