POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 157

Después de Ginebra

Roberto Toscano
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El acuerdo de Ginebra sobre el programa nuclear iraní es una opción política creíble, aunque frágil. El fracaso puede llegar por el Congreso de EE UU: si este aprueba nuevas sanciones, el experimento de Rohaní, de un gran potencial transformador, moriría de manera prematura.

A pesar de que se trate de un acuerdo parcial y provisional –hasta el punto de que formalmente ni siquiera se llama acuerdo, sino plan de acción– sería muy equivocado subestimar el significado de lo que Irán y los “5+1” consiguieron en Ginebra el 24 de noviembre de 2013. Los expertos se empeñan en analizar sus contenidos, y sobre todo el mecanismo gradual –Irán, por un lado, acepta limitaciones sobre su actividad nuclear y Estados Unidos y Europa, por otro, se comprometen a no aumentar las sanciones y en cierta medida a flexibilizarlas– que tendría que llevar, dentro del plazo de seis meses, a un verdadero y definitivo acuerdo.

Lo más importante, sin embargo, es analizar el sentido político de este acontecimiento, preguntándonos cómo ha sido posible y cuáles pueden ser los efectos de su éxito o, al revés, las consecuencias de un posible fracaso.
Los halcones de los dos lados, que por el momento han sido derrotados pero no han desaparecido, expresan su desconfianza y exhortan a no olvidar la naturaleza tramposa del enemigo. Pero lo más interesante sería hablar no de las intenciones, más o menos disimuladas, sino de los intereses concretos que han llevado a las dos partes a aceptar los compromisos necesarios para llegar a la “fumata blanca” de Ginebra.

En Irán, Hasan Rohaní ha sido elegido presidente gracias a la convergencia de electores reformistas y centristas, convencidos de que la absoluta prioridad de Irán, en términos tanto de seguridad como de bienestar económico, es romper el aislamiento que condena el país…

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