Al cierre de esta edición, se celebraba en Quebec (Canadá) la III cumbre de las Américas con el propósito de dar un nuevo impulso al ALCA, el acuerdo de libre comercio que trata de unir, a partir de 2005, al Continente. Pocos días antes, tanques israelíes se adentraban en Gaza por unas horas, para retirarse una vez que Ariel Sharon recibiera una advertencia frontal de George W. Bush. Por su parte, Pekín y Washington parecían haber resuelto la crisis provocada por la colisión el 1 de abril de un avión espía norteamericano y un caza chino. A estos hechos se sumaban la crisis de Macedonia y la detención de Milosevic. Cuatro continentes, cuatro ilustraciones de los problemas de la posguerra fría, cuatro quebraderos de cabeza para el presidente de Estados Unidos, que confiaba en no tener que ocuparse de los asuntos internacionales.
El enfrentamiento entre EE UU y China quizá sea el más revelador del tipo de conflictos que cabe esperar en el futuro. Variaciones distintas de esa confrontación crearán otras tensiones, que irán unidas a la relación entre las que serán dos principales potencias a veinticinco años vista. El 1 de abril marcará el comienzo, bien de una nueva guerra fría, bien de la fecha en que definitivamente China adquirió la condición de gran potencia. Son estas cuestiones las que están en el trasfondo del incidente y que, por tanto, no desaparecerán cuando Pekín haya devuelto, meticulosamente fotocopiado, el EP-3.
La cooperación formará también parte intrínseca de esa compleja relación bilateral, lo que la distinguirá del choque bipolar de 1947-89. La interdependencia económica de la era global obliga a China y a EE UU a entenderse. Y es un mensaje que ambas partes reconocen en sus decisiones. Más preocupantes son los indicios de que las autoridades militares chinas actuaran…