Para Ucrania y su gobierno hoy “es casi más fácil tratar la guerra que las reformas”, afirma una extenuada activista en una destartalada oficina en las afueras de Kiev, repasando informes sobre violaciones de derechos humanos en Crimea y el Este. Esa es la gran disyuntiva a la que se enfrenta el país a un año de la caída de Viktor Yanukovich y del subsiguiente comienzo de la estrategia violenta para la desmembración territorial de Ucrania; primero en Crimea, después en los oblast de Lugansk y Donetsk.
Una hercúlea tarea: avanzar, gradual o radicalmente, hacia una verdadera transformación y modernización de un Estado post-soviético. La finalidad: convertirse en un Estado europeo, en palabras de los propios ucranianos, “normal”, “occidental”. El contexto no puede ser más adverso: crisis económica, descontento social latente, tras una fracasada revolución anterior, mezclado con grandes expectativas, y la guerra.
La Ucrania post-Maidán da los primeros pasos hacia esa transformación en pleno conflicto bélico con Rusia y la confusa amalgama de grupos armados que Moscú apoya, de distinta procedencia y estructura. Un desafío doble, por tanto. El de una transformación revolucionaria, a marchas forzadas y en periodos históricamente breves, con una lejana, pero cierta, “perspectiva de la perspectiva” europea. Y el desafío de la propia continuidad de Ucrania como Estado independiente, no solo de iure, algo puesto en cuestión sin ambages por su vecino del Este y algunos segmentos y fuerzas políticas de Europa Occidental.
Dos conflictos coexisten en Ucrania: uno consigo misma, con los poderes fácticos que han lastrado su potencial de modernización; otro, el reciente conflicto bélico.
A poco más de un año del comienzo de un cambio político incierto es fundamental intentar entender el complejo contexto post-Maidán, la naturaleza de algunas fuerzas reformistas en la sociedad civil y las instituciones, y los principales desafíos…