El 12 de diciembre de 2015 se clausuró en París la XXI Conferencia de las Partes (COP21) del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Casi 200 países alcanzaron un acuerdo para la reducción de emisiones de CO2. Sin embargo, el veredicto más ajustado de lo ocurrido en la capital francesa es el emitido por el diario británico The Guardian: “Un éxito para lo que podía haber sido, un fracaso para lo que debería haber sido”.
El gran objetivo
El gran objetivo de la cumbre queda enunciado en el artículo 2 del acuerdo: mantener el incremento de temperatura de la Tierra respecto a la existente en la era preindustrial por debajo de 2ºC e intentar limitarlo a un 1,5ºC. Conseguir la unanimidad en esta materia constituye un éxito sin precedentes. Hay que recordar que el famoso Protocolo de Kioto apenas fue suscrito por algo más de 30 países. Sin embargo, un acuerdo de este tipo no es alcanzable sin inconsistencias, dosis abundantes de flexibilidad y un notable recurso al lenguaje diplomático.
El primer problema es que la reducción de emisiones depende de “contribuciones nacionales” de carácter voluntario, no exigibles por terceros y cuyo incumplimiento no acarrea consecuencia alguna.
La segunda cuestión es la indeterminación de los compromisos más allá de 2030. El acuerdo habla de alcanzar el pico de emisiones “lo antes posible” para proceder después a una rápida reducción en función del desarrollo tecnológico de forma que se alcance el equilibrio entre emisiones y absorción de CO2 en la segunda mitad del siglo. La absorción de CO2 dependerá, salvo grandes avances en la tecnología de captura y secuestro de carbono, de la masa forestal y, en menor medida, de los océanos.
La tercera cuestión, y quizá la más importante a corto plazo, es que, de…