AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 72

El reconocimiento del breakdance como deporte olímpico programado para los Juegos de 2024 en París surge como una concesión a una práctica que atrae, sobre todo, a jóvenes procedentes de la inmigración. En la foto, B-Boy Mounir de Francia, posa delante del Arco de Triunfo. París, 2023./RYaN PIeRse/GeTTY IMaGes/ RYaN PIeRse/GeTTY IMaGes

Deporte e integración

Aunque la eficacia del deporte como forma de integración no se ha demostrado rigurosamente, es un buen laboratorio de relaciones interculturales en su máximo y, a veces, en su mínimo esplendor.
Yvan Gastaut
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Por su mera función, el deporte suscita el encuentro en los dos sentidos principales del término: la posibilidad de frecuentarse, por una parte, y de enfrentarse, por otra. Existen numerosos discursos en torno a la práctica deportiva que defienden la idea de sus capacidades «integradoras», sin que sepamos si se refieren a una inserción social, en el sentido más amplio de la palabra, o a la integración de las poblaciones inmigrantes surgidas de la inmigración. Así, la idea según la cual «ocupar» a la población, sobre todo masculina y, más específicamente, a los chicos jóvenes, en una actividad física evita que hagan tonterías e incluso que caigan en la delincuencia lleva mucho tiempo consolidada. De hecho, los trabajadores sociales recurren al deporte desde hace muchos años. En cuanto que amplio terreno de actividad de una sociedad cuyos valores simboliza, el deporte se sitúa en el seno de un proceso continuo de construcción identitaria y social a semejanza de la escuela, el trabajo o, antaño, el ejército. Cantera de ciudadanía, tal y como escribió hace tiempo el historiador Pierre Arnaud en el caso de Francia, el deporte es una instancia de socialización donde se aprenden los valores de la colectividad a través de unas reglas y principios estrictos. La idea teorizada por el sociólogo británico alemán Norbert Elias a finales de los años treinta en El proceso de la civilización, según la cual la práctica deportiva fue y sigue siendo un medio de mantener a raya la violencia y favorecer una pacificación social, ha permeado numerosos análisis sobre las cuestiones sociales y el hecho bélico, al tiempo que ha alimentado las controversias. Los trabajos de Elias han influido en gran medida en la mirada sobre el deporte, sobre todo desde que el autor se interesó sobre el tema junto al británico Eric Dunning cuando el asunto aún era minoritario en la investigación, evocando el hecho de que la práctica de la competición es un factor de dominación de la violencia.

 

La importancia de las asociaciones en el ámbito de la integración

En este marco, y en el espacio europeo, numerosos trabajos han señalado la importancia histórica de las asociaciones en el ámbito de la integración de las poblaciones extranjeras: el deporte, aunque es un espacio de afinidad en cuyo marco la actividad se puede definir como «comunitaria» hasta el punto de aislarse a veces del exterior, resulta, en la mayoría de los casos, un espacio de sociabilidad. A menudo las amistades se fraguan a través de las asociaciones deportivas. Los clubs, sobre todo en el ámbito informal del municipio o barrio, ofrecen a sus miembros la posibilidad de compartir momentos agradables y valores en torno a una práctica, así como de forjar relaciones sociales de solidaridad reforzadas por la competición que, incluso en el caso de los deportes individuales, genera formas de ayuda mutua genuinas, a menudo asimiladas al valor de la fraternidad. Así pues, el club establece vínculos sociales que, lejos de limitarse a los grupos más homogéneos, se abren a una experiencia de alteridad. Abundan ejemplos de «buenas prácticas» en el ámbito de los clubs de barrio o de pueblo que combinan una mentalidad y una serie de comportamientos que los medios de comunicación celebran de vez en cuando en torno a un club concreto, por trabajar en contra de las discriminaciones de toda clase y hacer hincapié en la formación y en «educar en el deporte». Así, en países como Alemania, España y otros, esa dimensión se contrapone a la imagen negativa de los aficionados en ciertas disciplinas como el fútbol.

Al carácter formador de la «experiencia deportiva» cabe añadir la imagen positiva de un entorno que favorece una forma de equidad que la sociedad ya no es capaz de organizar. En función de sus cualidades o capacidades físicas, cada cual tiene su oportunidad de afirmarse y, por qué no, de subir algunos peldaños en la jerarquía social: el deporte surge como una vía paralela al triunfo, una nueva posibilidad para aquellos de origen humilde. Y es que antes de promover la integración, el deporte se impone como un motor más global en el ámbito de la «inserción» o la «reinserción». Si ampliamos la reflexión a otras categorías poblacionales como las personas con discapacidad física o mental, los pobres, los parados, la cuestión de la socialización a través del deporte designa un proceso similar al de la integración, pero que va más allá de las cuestiones puramente étnicas. De ahí surge una ambigüedad semántica que demuestra la dificultad de considerar el papel real del deporte en los mecanismos sociales. Ello se traduce en una confusión que, en el caso del deporte, aún persiste, por mucho que en Francia el debate se zanjara en los años ochenta: el término inserción concernía al terreno social global, mientras que integración se refería al ámbito más específico de los hijos de migrantes, confirmado por la creación de un Consejo Supremo de Integración en 1989 y una política ciudadana dotada de un ministerio propio. Y persiste sobre todo porque, desde 2013, la integración es una noción que se sustituye a marchas forzadas por otra cuyo éxito aún resulta incierto, representada por los términos inclusión o sociedad inclusiva. Una de las razones de esta confusión atañe, sin duda, a la dificultad de distinguir de forma rigurosa entre las categorías contempladas, entre realidad y fingimiento. Y es que la integración se ha convertido en objeto de políticas públicas probadas y con distintos ritmos en función de cada país europeo, y los discursos sobre la integración a través del deporte salen a relucir a poco que los atletas surgidos de la diversidad destaquen en las disciplinas más mediatizadas. Si bien hasta ahora este proceso era evidente, la necesidad de formularlo y ponerlo en práctica traduce sus vacilaciones así como, paradójicamente, un cierto voluntarismo del ánimo público.

 

Disciplinas integradoras

El hecho de encontrar elementos de reflexión sobre la sociedad en los estadios no es nada nuevo. A lo largo de los años sesenta y setenta, en el contexto de la evolución del estatuto deportivo a escala europea y la subsiguiente creación de campeonatos continentales en las diversas disciplinas durante la construcción de la CEE (por ejemplo, la UEFA en el caso del fútbol), así como del principio de la reflexión europea sobre el fenómeno (y sobre el dopaje), la práctica deportiva se concibió como una herramienta en favor de la paz social en un ámbito transnacional. Sin embargo, hay ciertas actividades físicas que se benefician, más que otras, del sello integrador justificado por las dimensiones históricas y culturales.

 

«Además del carácter formativo de «experiencia deportiva», también está la imagen positiva de un entorno que fomenta una forma de equidad que la sociedad ya no es capaz de organizar»

 

Algunas disciplinas, en efecto, han surgido en entornos de la alta sociedad, otras en entornos militares y otras de la fibra popular. Aunque esta división entre prácticas procedentes de arriba y de abajo tienden a desvanecerse, cuesta mucho situar en un plano de igualdad el tenis y el tiro, o el golf y el boxeo. En 2019, la elección —no exenta de polémica— del COI de considerar el breakdance disciplina olímpica e incluirlo en los Juegos de París 2024 se asume tácitamente como una concesión a una práctica que atrae a jóvenes casi siempre originarios de la inmigración. En efecto, la historia de esta disciplina, tanto cultural como deportiva, está muy vinculada a la noción de «deporte callejero» y al hip hop, que se hizo popular en Europa a mediados de los años ochenta. Antes del breakdance, el skateboard, inventado en EEUU en los años cincuenta y metido en el cajón de los «deportes californianos», se convirtió en disciplina olímpica en 2020, y también puede considerarse como una actividad que favorece la integración. Hasta los años noventa, esta práctica se daba en adolescentes casi siempre procedentes de la clase media acomodada, pero luego se difundió en los suburbios populares de las grandes ciudades: los skaters se hicieron compañeros en la ciudad y afirmaron su voluntad de ser reconocidos como verdaderos ciudadanos y destacados deportistas. En un ámbito más clásico, los deportes de combate como el yudo, el kárate o incluso el boxeo aparecen como conductores del aprendizaje de prácticas muy antiguas.

El boxeo inglés o «noble arte» es una práctica en la que cabe distinguir ciertas formas de integración, tanto en el pasado como en el presente. Con la imagen de la británica Nicola Adams, primera campeona olímpica de la historia tras la inclusión del boxeo femenino en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, este deporte, el más popular en Occidente entre finales del siglo XIX y principios del XX, puso de manifiesto varias vías de integración. Para ello, hay que remontarse a la época colonial y los tiempos de la «asimilación» de boxeadores negros como Battling Siki, Germain Ibron «el negro» o Paul Hams. Por otra parte, numerosos directores de educación secundaria han elogiado el valor pedagógico de los deportes de lucha. La operación «Puños en común», que tuvo lugar en Francia en los años noventa, dio una oportunidad a cientos de jóvenes de los suburbios para conocerse en el entreno, pero también fuera del ring, en un ambiente educativo y de convivencia positiva. Otra disciplina más específica de los entornos de la inmigración, el boxeo tailandés, importado de Asia, al principio solo se practicaba en círculos cerrados del distrito número 13 de París. Hoy son pocos los clubs compuestos solo por asiáticos: la disciplina se ha extendido entre atletas de orígenes diversos y, sobre todo, entre jóvenes de origen magrebí. Lo mismo ocurre con las artes marciales mixtas, versión moderna del pancracio griego practicado en la Antigüedad, que hoy fascina a toda una generación de jóvenes locos por el rap.

Asimismo, los jóvenes de los suburbios, muy influidos por la cultura estadounidense, muestran un enorme interés por el baloncesto, cuyo derivado urbano, el street ball o «baloncesto callejero», se hizo muy popular a principios de los años noventa en toda Europa. Este éxito corre parejo con la mediatización del dream team estadounidense con sus dos héroes, «Magic» Johnson y Michael Jordan, con motivo, sobre todo, de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Varios países como Francia, España o Italia, inspirados por el ejemplo estadounidense, vieron proliferar las canchas construidas en sus barriadas, en el seno de una operación conocida como «baloncesto en libertad». Animados por esa práctica libre, las inscripciones de jóvenes de esos barrios en los clubes de baloncesto aumentaron de forma notoria.

 

Los campeones deportivos, símbolos de excelencia social

El espectáculo deportivo está tan entrelazado con los terrenos político y mediático que las cadenas de televisión lo consideran un objetivo esencial de la programación. La victoria de la selección francesa de fútbol en el Mundial de 1998, un verdadero acontecimiento nacional, se presentó como una victoria de la integración frente al racismo. Antes de otros ejemplos europeos como los de Luxemburgo, Bélgica, Alemania o Suecia, y quizá después de la victoria de Países Bajos en la Eurocopa de 1988 con Ruud Gullit, Frank Rijkaard y Aron Winter, la selección francesa, compuesta por jugadores de orígenes muy diversos —Youri Djorkaeff, de origen armenio, Marcel Desailly, de origen ghanés, o Zinedine Zidane, de origen argelino—, sirvió como imagen mediática positiva de una nación mestiza. Iniciada en la Eurocopa de 1996, esta secuencia histórica ha tenido varias extensiones, sobre todo con motivo de la victoria en la Eurocopa de 2000. El equipo de Aimé Jacquet se presentó como un motor de integración a través del deporte, mostrando una Francia blanc-black-beur (blanca, negra y árabe): la unanimidad de todas las corrientes políticas con respecto a este asunto fue algo tan insólito que merece señalarse. «Zinedine presidente», pudo leerse por todas partes y, sobre todo, en el Arco de Triunfo el 12 de julio por la noche, y la consagración del icono de la integración quedó grabada para siempre. Esta popularidad, reafirmada por un sondeo realizado en enero de 2004 que consideraba al líder de la selección la celebridad preferida de los franceses, confirma que los campeones deportivos se han convertido en símbolos de excelencia social. A través de Zidane se forja también el símbolo de una integración lograda, aunque el cabezazo de la final del Mundial de 2006 empañó un poco esa imagen idealizada.

 

«Personas de orígenes diversos, en el sentido más amplio, encuentran en el deporte, ya sea al más alto nivel o en la vida cotidiana, un lugar de expresión, creatividad y reconocimiento»

 

Gracias a ese golpe de suerte, Francia encuentra, en lo que dura ese «paréntesis encantado», el remedio provisional a sus problemas identitarios: su modelo de integración, tantas veces cuestionado, parece funcionar bien en una Francia multicultural que se complace en exhibir ese valor positivo. Así, proliferan los discursos sobre la integración a través del deporte a partir del título mundial: «Los suburbios, los otros vencedores del Mundial». En este contexto y bajo el control de las instancias del fútbol a través de campañas de sensibilización, el público de los estadios cambia sensiblemente de actitud: hay menos violencia y más tolerancia entre los aficionados, ahora más cosmopolitas, como los del club de Parc des Princes, un punto caliente en lo que a racismo se refiere. Dirigentes y promotores del espectáculo deportivo se muestran más atentos a una ética de la lucha contra la exclusión, conscientes del cambio ocurrido en un público de origen cultural muy diverso. Pero cuidado con las ilusiones: la estrella de origen extranjero también puede considerarse un mero remiendo de un proceso artificial. El fracaso del Mundial de 2002 tras el incidente en el Estadio de Francia en octubre de 2001 durante el partido entre Francia y Argelia, suspendido tras la invasión del terreno de juego por parte de jóvenes procedentes de la inmigración, más bien ha perjudicado los discursos sobre la integración a través del deporte, por no hablar de los episodios de 2010 en torno a la derrota francesa en el Mundial de Sudáfrica. Un mismo giro «multicultural» tuvo lugar en otras selecciones de fútbol europeas, como la de la Alemania «multikulti», campeona en el Mundial de 2014, o las de Bélgica, Suiza e, incluso, Italia.

 

Vínculos entre el deporte y la integración

Ahora bien, para comprender los vínculos entre deporte e integración, debemos remontarnos más atrás en el tiempo. Con el desarrollo del deporte a partir de principios del siglo XX, no es exagerado afirmar que Francia aceptó a los deportistas de orígenes diversos en mayor medida que sus vecinos europeos. En lugar de objetivo de una política voluntarista, se trata más bien de un fenómeno espontáneo que demuestra el dinamismo de las democracias europeas. Los indicadores son variados: evolucionar en equipos de orígenes diversos mezclados y participar en competiciones oficiales con la camiseta de la selección nacional se consideran pruebas decisivas. A semejanza de otros deportes como el boxeo, el ciclismo o el atletismo, el del balón redondo representa un barómetro de los grandes flujos migratorios, como el caso en Francia de Raymond Kopa, de origen polaco, que después de trabajar muchos años en la mina y perder una falange en un accidente, tuvo una carrera extraordinaria, reflejo de una integración lograda gracias al fútbol: 45 veces internacional, mejor jugador del Mundial de 1958 y ganador de tres Copas de Europa con el Real Madrid entre 1957 y 1959, en una época en que los jugadores franceses no se exportaban. En los años ochenta aparecieron nuevos talentos del exterior, como Luis Fernández y Manuel Amorós, ambos de origen español; Jean Tigana, de origen maliense y, sobre todo, Michel Platini, de origen italiano, figura indiscutible del fútbol francés que, después de jugar en Nancy y Saint-Étienne, fue el líder de la Juventus de Turín y de la selección francesa.

Los archivos, que dan protagonismo a los jugadores profesionales, eclipsan en cierto modo la práctica masiva de los inmigrantes, sobre todo en el entorno de las asociaciones deportivas. Ya sean provinciales, de barrio, de empresa o municipales, han permitido a muchos inmigrantes, más allá de la competición, activar redes de sociabilidades entre encuentros interculturales y reuniones en el seno de un grupo del mismo origen. Localmente, algunos deportistas de nivel procedentes de la inmigración han podido, gracias a su talento o su notoriedad, dejar su trabajo como obreros y ascender en la escala social, mediante un contrato municipal para un puesto remunerado de animador deportivo o entrenador. La historia social ofrece valiosas herramientas para medir la evolución del proceso de integración a través del deporte. Combinando enfoques cuantitativos y cualitativos a partir, sobre todo, de los archivos de las asociaciones, es posible calibrar las formas de relaciones interculturales promovidas por la práctica deportiva cotidiana a nivel de aficionado.

La integración y, en consecuencia, la integración a través del deporte, difícil de evaluar, se asienta tanto en indicaciones tangibles como en discursos y representaciones. La eficacia del deporte con respecto a la integración de poblaciones procedentes de la inmigración, situada entre lentos procesos cotidianos, políticas públicas locales, nacionales y europeas y discursos mediáticos, no se ha demostrado de una forma rigurosa. Sin embargo, está claro que el ámbito deportivo es un buen laboratorio de las relaciones interculturales en su máximo y, a veces, en su mínimo esplendor. En este sentido, resulta esencial remontarse en el tiempo para analizar la evolución del vínculo entre deporte y diversidades culturales durante la época colonial y su memoria como esfera fundamental. En el proceso de reflexión sobre las formas renovadas de convivencia, el deporte aparece como una baza decisiva. Gracias a una práctica creciente en todos los rincones del continente europeo y a un impacto mediático claramente acentuado desde los años ochenta y, aún más, en la década de 2010-2020 con el auge de las redes sociales, ha encontrado un lugar privilegiado en la vida pública como factor de socialización a la vez que objeto cultural. Ya sean actrices o espectadoras, las poblaciones surgidas de las diversidades, en el sentido más amplio de la palabra, encuentran en la actividad física y el deporte, ya sea de alto nivel o en un entorno más banal y cotidiano, un lugar de expresión, creatividad y reconocimiento.