Palabras como dentro, fuera, extranjero, desplazado, refugiado o exilado están perdiendo su utilidad de tanto repetirlas desordenadamente, sin matiz. Las seguimos usando como si nada hubiera cambiado, cuando los presupuestos entre los que nacieron están desapareciendo.
Hace 500 años un personaje burlón, irreverente, descubrió que la causa principal de la debilidad de las sociedades feudales era poner todo el Poder en manos de una sola persona, el Príncipe, y propuso una nueva fórmula, se inventó un nuevo soporte: en lugar de que el poder político fuera una prerrogativa de la persona física, del rey, del príncipe o del señor, se inventó un nuevo titular más permanente y sólido, un nuevo dueño de la espada y el caballo, un sujeto del poder político más duradero, más permanente que facilitara no solo la continuidad sino la unidad del grupo. A este nuevo soporte del poder político lo llamó Estado y así los gobernantes, fueran monarcas, señores, príncipes o dictadores, pasaron de ser propietarios del Poder a ser los agentes temporales que lo administran.
Maquiavelo inventó un artificio, el Estado, para separar el titular del poder de la persona que lo ejerce. Inventó un ente, algo inmaterial, una ficción a la que denominó Estado y que viene definido por tres elementos: un territorio determinado y delimitado por primera vez de una forma clara por fronteras; unos ciudadanos, los nacionales, que habitan dentro del territorio; y un poder político soberano, superior en el territorio frente a cualquier otro.
El Estado tiene el monopolio de la creación del Derecho y la exclusividad de su fabricación. Además es su guardián en el sentido de que dentro de sus fronteras no puede existir otro Derecho que el dictado por él, superando así la diversidad medieval donde al lado de la voluntad del príncipe se encontraban multitud de…