La invasión de Ucrania el pasado mes de febrero de 2022, último capítulo, por ahora, de una guerra que se remonta ya varios años atrás, ha supuesto un shock geopolítico de enorme magnitud y con repercusiones globales que afectarán al panorama global en las décadas venideras. Se viene repitiendo, y es verdad, que el mundo no volverá a ser lo mismo tras esta brutal patada al tablero internacional asestada por el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin. Pero esto no debe hacernos olvidar que ese tablero venía siendo ya afectado por profundas dinámicas de reconfiguración de las relaciones de poder entre los diversos actores internacionales, grandes o no tan grandes potencias, mucho antes de la invasión de Ucrania.
El final de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética, los atentados del 11 de septiembre de 2001, las guerras de Irak y Afganistán, la crisis económica y financiera de 2008, las primaveras árabes devenidas finalmente en lamentables inviernos, la guerra de Rusia contra Ucrania a partir de 2014, la pandemia Covid-19 o la caótica retirada de los contingentes occidentales de Kabul en el mes de agosto de 2021 son, todos ellos y alguno más que podríamos citar aquí, ejemplos evidentes de otros tantos momentos en los que se pudo afirmar que el mundo tampoco volvería a ser lo mismo. La hegemonía de Estados Unidos duró poco más de un par de décadas y la paz perpetua kantiana o el triunfo definitivo de la democracia fueron apenas un espejismo.
La ilusión de que la historia había llegado a su fin con el triunfo definitivo de la democracia no se materializó. Ni Rusia encontró su acomodo en la casa común europea que soñara Gorbachov, ni los chinos abrazaron entusiásticamente la democracia a medida que se incrementaron los intercambios comerciales…