El coronavirus ha llegado a democracias liberales ya debilitadas hasta el punto de que hay quienes hablan de “desconsolidación” de este modelo político, lo que parecía impensable hace apenas 10 años. La mayor parte de estas democracias está experimentando, en efecto, una regresión democrática. A veces se califica como una deriva tecnocrática que margina a cargos electos. Su componente liberal también se ve cuestionado por movimientos populistas que rechazan todo límite al ejercicio del poder, incluyendo los derechos individuales y de las minorías, en nombre de la sacrosanta voluntad popular. En la práctica, estas dos regresiones (tecnocrática y populista) se retroalimentan. Son dos caras de una misma moneda y disfrutan de un creciente apoyo entre segmentos de la población críticos con la democracia liberal.
Ahora bien, la pandemia del Covid-19 tiene un impacto inmediato y nocivo sobre este modelo, pues la gestión de la crisis sanitaria se caracteriza por medidas que socavan los principios liberales y democráticos. Abundan las restricciones de derechos individuales, llegando incluso al confinamiento total de la población, aunque no ha de olvidarse que es en pro del derecho a la salud. El ejercicio democrático del poder se ve obstaculizado por medidas de excepción que fortalecen los gobiernos centrales a expensas de parlamentos y autoridades locales, e incluso el aplazamiento de comicios y referendos. No todas las democracias aplican estas medidas con la misma intensidad: existe una gama muy amplia de respuestas, desde la imperturbable democracia sueca al iliberal régimen húngaro, que saca partido de las circunstancias para suspender el Parlamento. No obstante, parafraseando al fabulista francés Jean de La Fontaine: “no murieron todos, pero todos se vieron golpeados”.
Algunas de estas restricciones se han levantado ya. Todas deberían retirarse una vez pase el peligro. Pero es necesario recordar, como muchos han hecho ya, los precedentes de…