Nada hay más difícil de explicar en Estados Unidos que la lacra que ha dejado la esclavitud en su sociedad. La cuestión racial ha vuelto a brotar a la superficie del debate nacional tras un año en que se han sucedido, en excepcional número y continuidad, extraordinarios casos de brutalidad policial y discriminación penal contra la minoría negra de la nación, que han culminado en la tragedia sufrida el 17 de junio en la iglesia “madre” de los negros de Charleston, en Carolina del Sur.
Curiosamente, la elección de un negro a la presidencia del país, que muchos creían simbolizaba el fin de la discriminación racial, ha exacerbado en realidad la rabia mal disimulada que yace a flor de piel entre muchos sectores blancos, y no solo en los Estados sureños, donde siempre ha sido particularmente endémica. Es cierto que la minoría negra es en su gran mayoría uno de los sectores más pobres de la nación, entre los que predomina la criminalidad, el uso de armas de fuego, alto consumo de drogas y alcohol, la disolución de la familia, la ignorancia, la pobreza y la falta de escuelas. No es menos cierto que esos barrios, que en muchas ciudades son auténticos guetos, han surgido como producto de la discriminación racial y de la resultante falta de oportunidades laborales y empresariales. Esta triste y trágica situación social alimenta poderosamente el mito esclavista de la superioridad racial de los blancos.
Equilibrio con Irán
Por mucho que la opinión pública se haya visto centrada en el problema racial y en el arriado de la bandera confederada en el Capitolio de Carolina del Sur –una enseña que en tantos lugares del sur, públicos y privados, ha sido el símbolo del rechazo de los derechos civiles consagrados en la Ley de 1965–, toda…