Del cambio interior al proyecto internacional
Las cuatro décadas de la España democrática proporcionan inagotables fenómenos de estudio, casi todos ellos satisfactorios para quien los emprende. Mucho más si el autor lleva a cabo un trabajo tanto de investigación como de relato de su experiencia en primera persona del proceso. Entre los logros –y algunas verdaderas proezas– de la Transición española está la puesta en marcha de una política exterior moderna. La rapidez con la que España rompió su aislamiento, normalizó relaciones, participó en el multilateralismo, creo una política exterior con características propias y logró ejercer dosis significativas de influencia internacional ha llamado la atención más fuera que dentro del país. En medio de la revisión actual sobre lo que la Transición interior fue o no fue, merece la pena detenerse en lo que indiscutiblemente sí fue la Transición exterior.
El diplomático Francisco Villar se ha puesto a ello con La Transición exterior de España. El subtítulo del libro, Del aislamiento a la influencia (1976-1996) acota el periodo de estudio y, al mismo tiempo, plantea –con clara intención– la pregunta inevitable: ¿y después, qué? Ciertamente, es imposible no preguntarse por los 20 años siguientes, sobre todo por los años de los gobiernos de José María Aznar y su apuesta atlantista para España, pero también por los años de José Luis Rodríguez Zapatero con su multilateralismo activo y el tremendo impulso a la cooperación al desarrollo. También surge la pregunta de las causas de la parálisis actual, que no se entiende solo como efecto de la crisis financiera, sino como una crisis de identidad y de proyecto de país.
Villar se ha detenido en 1996 con honestidad. Repasa y escribe sobre los años en los que ayudó a definir la política exterior y representó los intereses de España. En distintos momentos en el periodo que estudia, el autor fue director general de Organizaciones Internacionales, secretario general de Organizaciones Internacionales y de Política Exterior en el ministerio de Asuntos Exteriores. También fue embajador en Francia, Portugal, Naciones Unidas, Unesco, además de observador en la Organización de Estados Americanos (OEA). Conoce a la perfección el proyecto exterior de los gobiernos de Felipe González. De ahí que el presidente socialista defina en el prólogo el libro de Villar como “relato de una experiencia vivida”.
El autor traza una clara periodificación. El “neo-aislamiento” de 1975-76, cuando se empiezan a romper cerrojos exteriores (Washington, Vaticano). La “normalización inconclusa” entre 1976 y 1982 (Santa Sede, Consejo de Europa). El paso a un país que en 1982-88 encuentra “su sitio” (entrada en las Comunidades Europeas, la OTAN) y logra “influencia” de 1989 a 1996 (Magreb y Mediterráneo, Conferencia de Paz de Madrid, operaciones de paz de la ONU, creación de la Comunidad Iberoamericana y del Proceso de Barcelona).
Villar no olvida los nombres que hicieron posible esa Transición exterior. Elige para su dedicatoria a dos: Francisco Fernández Ordóñez y Máximo Cajal. El relato de Villar está recorrido por una idea central: una política exterior de éxito necesita la existencia de un objetivo compartido, una guía, y un equipo alrededor. Ese objetivo, no obstante, debe tener siempre presente la coherencia con los intereses del país, el carácter de sus ciudadanos y la adecuación de los recursos para ello. La Transición exterior de España viene a plantear en el momento adecuado (2016) la necesidad de conjugar de nuevo todos estos elementos para un país que debe moverse en un entorno radicalmente distinto al de 1975. Ya estamos tardando…