Definiendo la guerra civil
David Armitage, co-autor del Manifiesto por la Historia y catedrático en la Universidad de Harvard, ha escrito un libro sugerente sobre la historia conceptual de la guerra civil. Las guerras civiles: Una historia en ideas analiza el uso de este término a lo largo de tres etapas históricas relevantes: el mundo grecolatino, la Europa de los siglos XVI y XVII, y el actual escenario global, en el que las guerras civiles se han convertido en una forma de conflicto frecuente (desde 1989, solo un 5% de las guerras han enfrentado formalmente a dos Estados).
El reto principal para Armitage consiste en examinar un concepto tan resbaladizo. Ni Sun-Tzu ni von Clausewitz abordan específicamente la guerra civil en sus respectivos tratados. Tampoco lo hicieron Mao o el Che, reconocidos por sus teorizaciones de la guerra de guerrillas. Como explica en una introducción lúcida, “guerra civil” ha sido, desde su génesis en la República romana (bellum civile), un término controvertido. Los gobernantes formales tienden a presentar a sus adversarios como delincuentes o insurrectos sin legitimidad. El bando contrario, si logra vencer, presenta su lucha como una rebelión justa. “Solo si se ignoran sus múltiples historias es posible definir la guerra civil,” apunta Armitage.
Las guerras civiles es una historia “en ideas” y no la historia de una idea específica. Armitage considera que nuestro pensamiento actual sobre los conflictos civiles bebe de épocas muy específicas. Traza el origen del término a las pugnas entre facciones durante el final de la República romana. Los romanos entendían la guerra como una intervención armada llevada a cabo por sus ciudadanos (cives) contra extranjeros (hostis). Así se manifestó la primera paradoja: aunque la guerra civil era intrínsecamente difícil de concebir y estremecedora para quienes la sufrían, también resultaba imposible desligarla de la historia romana, fratricida incluso en el mito fundacional de Rómulo y Remo. Un tabú recurrente. También las polis griegas batallaban encarnizadamente entre sí, señala Armitage, pero constituían unidades políticas autónomas y sus conflictos no causaban un desgarramiento comparable al de los enfrentamientos entre Mario y Sila o Cayo Octavio y Marco Antonio.
El relato avanza a través de las guerras y rebeliones de la Europa moderna, la guerra civil estadounidense, dos guerras mundiales y la multiplicidad de guerras civiles que emergieron en la segunda mitad del siglo XX, incluida la que actualmente asola Siria. En vez de relatar los pormenores de cada conflicto, Armitage aborda la manera en que diferentes pensadores entendieron la guerra civil: de Hobbes a Agamben, pasando por Stuart Mill, Rawls, Foucault, Keegan y el ambicioso proyecto Correlates of War, lanzado por la Universidad de Michigan con el fin de establecer una base de datos cuantitativa sobre guerras civiles (iniciativa que, predeciblemente, se topó con varios obstáculos de metodología). También examina tratados e instituciones como las Convenciones de Ginebra o la Cruz Roja, que en su origen tampoco regulaban el conflicto en el interior de los Estados.
Armitage justifica claramente su enfoque, pero más de un lector deseará que lo hubiese ampliado. Las guerras civiles se centra en el mundo occidental en general, pero particularmente en el anglosajón. El capítulo sobre el origen de las guerras civiles en el siglo XIX, por ejemplo, consiste en un análisis excelente de la guerra civil estadounidense, pero apenas menciona la rebelión de Taiping o las guerras carlistas –la guerra civil española, por su parte, obtiene algunas menciones de pasada–. El libro tampoco aborda cuestiones como la reconstrucción posconflicto o la memoria histórica, relevantes para examinar el conjunto de los retos conceptuales que plantean las guerras civiles. Con todo, no deja de ser un relato sugerente e ilustrador.